Lago de Maracaibo ¿Son tiranosaurios, protognathosaurus o…?

I

Me acuesto con antojo de proteína.

II

¡Coño, la luz se fue! El calor se mete y salgo espantado de la cama, cojo para el frente buscando un lugar donde sople.

III

Me tumbo debajo del mango. Pasado un rato observo el Puente sobre el Lago arropado por centellas del lejano relámpago del Catatumbo. Sus torres de concreto se ven como gigantes números romanos desvanecidos e intermitentes, pero no por mucho tiempo.

IV

Los Dinosaurios otra vez. Los de los cuentos, los que anoche iba a continuar leyendo y recién toqué cama quedé dormido. Ahora esos animales que salieron de las páginas suben desde las bases del viaducto ancladas al fondo y juegan a camuflarse con la colosal infraestructura. Donde antes había torres, y luego números romanos, ahora se ven las placas anchas y verticales del lomo de muchos e irreconocibles saurios.

Al estallido de inmediatas centellas, es el Puente el que se mimetiza y todo él se convierte en un colosal dinosaurio cuyos extremos anatómicos tocan ambas costas del Lago.

V

Los descubrí en una calurosa noche como esta, jugaban igual que ahora. El último de los aires se había rendido ante las exigencias tecno burocráticas de la neolengua. El enfriador, de los viejos, no supo diferenciar un apagón o corte de corriente de lo que es un cambio en la distribución de la carga eléctrica. O sea, no era de mucha IA. Fuimos a parar todos al patio delantero.

VI

Aquí, debajo del mango, las preguntas van y vienen en mi cabeza. De vez en cuando envío alguna por WhatsApp a otros trasnochados, pero no entienden. Como hamaca que se mueve sin ir a ninguna parte, no salgo de las mismas dudas de casi todas las noches. Pero, ¡¿qué carajo?!, ¿qué tanto me quejo? Si más bien aquí estoy disfrutando de soñado espectáculo de ingeniería, naturaleza y prehistoria.

VII

La lucha por la supervivencia llega temprano con la madrugada —es la hora del realismo social— y voy atravesando la plataforma de hormigón armado en sentido Maracaibo hacia otro mal pagado día de trabajo. Desde la bahía suben los pestilentes vapores verde esmeralda. Todos nos tapamos la nariz, aturdidos por el grito de dolor y acusación que hace la gran laguna del Cacique Mara. La jedentina que en Caracas no quieren ver, espanta la somnolencia que todavía me acompañaba, no hay mal que por…

¿Y las noticias, que dicen? Al salir del Puente el celular agarra señal. Busco y consigo declaraciones del ministro: «Los derrames de hidrocarburos son como el agua y el aceite, él no hace ningún tipo de descomposición en el Lago de Maracaibo, simplemente es una cuestión visual». Apago el celular, hay que conservar la batería y la buena energía, evitando llenarse uno de mucha arrechera cuando apenas va comenzando el día.

VIII

Con el favor de la brisa y más de cuatrocientos puntos de soldadura dejados atrás, voy ahora hacia la casa. La bahía igual: pestilente, pero no todos se tapan la nariz. La modorra, que reapareció recién terminé de poner el último punto, ahora es inmune a la hediondez, a pesar de que los vapores son más agresivos después de recibir el sol de todo el día. Pero, ni sueño ni brisa ni ojos ardiendo harán que afloje el medio cartón de huevos que llevo para los antojos nocturnos, aunque se acaben en unas pocas cenas.

IX

Antes de llegar a comer sin la mujer —¡gracias a Dios los muchachos, que pudieron emigrar, se la llevaron!— quedar rendido, despertarme, medio dormir entre el techo vegetal y… me hago las mismas preguntas: ¿son tiranosaurios, protoceratops o protognathosaurus?

Cualquiera que sea la respuesta. Después de ir, venir, ver, oler, escuchar, leer, callar, sentir, resentir, maldecir y remaldecir de indignación por las sangrantes úlceras verdes que con impunidad laceran la vida de nuestro jurásico reservorio de agua dulce, nada anhelo más que la luz del Catatumbo prenda en un día nuevo y masivo. Uno que sea voltario, sísmico y que su corriente telúrica vaya más allá del Puente y llegue a todos los puntos cardinales de Venezuela. Un día donde la ficción sea la que contamine el Lago. Y no los protozoarios.



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Servio Antulio Zambrano


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