La maldición de Santander en la tormenta del sur

Santander lo había proclamado en 1828, después del fracaso de la Convención de Ocaña: Los granadinos y los venezolanos no podemos convivir en un mismo país.

En el criminal año de 1830, se esperaba que Rafael Urdaneta tuviera el valor de salir de Bogotá y someter a los bandidos de Pasto (los que habían asesinado a Sucre) en sus propias guaridas. Pero de la capital era difícil salir. Entonces comenzaba a maldecir de su situación; golpeaba las puertas, blasfemaba y lanzaba cuantos improperios podía contra aquellos enemigos que su brazo no alcanzaba. Escribió al coronel Murgueitio pidiéndole que liberara al Cauca de los monstruos José María Obando y José Hilario López (los directores del Crimen de Berruecos); el binomio que la oprimía y deshonraba.

Murgueitio (“general teólogo”, según J. M. Obando) era poco lo que podía hacer contra unos señores que tenían un enorme ascendiente sobre la gente del lugar, ya fuera porque les temían o porque en verdad creyeran que eran los enviados del Señor para protegerles y darles prosperidad, paz. Obando, que no perdía tiempo, en circunstancias tan apremiantes, se movió: adoptó el sistema de formar juntas que deliberasen sobre la situación del país. En Buga, una de estas juntas decidió desconocer al gobierno de Urdaneta, y de ella José María emergió como Director de Guerra con Facultades Extraordinarias.

José María estampó su firma, refrendando el compromiso que adquiría aquella junta. La misma asamblea nombró como segundo jefe militar a José Hilario López y sostuvo que los cargos de estos denodados patriotas debían ser activos hasta el destronamiento de Urdaneta.

El general Joaquín Posada Gutiérrez, en los polvorientos caminos del sur, y a la cabeza de unas tropas azarosas y tristes, leyendo los informes que le llegaban de Buga, decía que se estaba erigiendo una dictadura contra otra, en medio del maldito juego de las palabras y que era necesario escoger entre una de las dos. A la larga él acabaría decidiéndose por la de Obando, pues éste era granadino.

En otras palabras, estaba constituida una fuerza que enfrentaría al gobierno central forjada de los peores elementos proditorios e ilegales (los que se achacaban a Urdaneta). Ahora sí los “liberales” contaban con la concreta representación de las armas, y armas feroces, sin las cuales no se puede sustentar ningún sistema político en América Latina. Casi todos los eminentes granadinos comenzaron a vacilar; el asesinato de Sucre revelaba que las cosas iban en serio. Domingo Caicedo, creía que podía sacar de entre el lodo de las infamias y de los revolcones constitucionales el título de vicepresidente, el cual casi nadie sabía si en verdad podía detentarlo. Comenzó a pensar que probablemente lo que se había hecho en Buga era más legal que lo ejecutado por Urdaneta en Bogotá, pues para enfrentar una dictadura justo era que se organizara otra y que fuese en el campo de batalla donde se decidiera la suerte de un legítimo y auténtico estado de derecho.

“Ahora es cuando comienza la verdadera independencia”, pensaron los directores de la Guerra en Buga.

Que Obando estaba en tratos con Juan José Flores, y según como soplaran los vientos buscaba acomodarse en aquel mundo erizado de peligros, lo confirma él mismo en sus Apuntamientos cuando dice: “Para hacer más seguro el adormecimiento de Flores, abrí comunicación con él como autoridad de quien ya dependía”. Aparentaba revelarle su situación de apremio y fue cuando le pidió una turquesa para hacer balas y clarines.

Es decir, no era broma que reconocía la autoridad de Flores. Estos dos hombres tenían bajo la manga la jugada formidable (en caso que fallaran los planes que cada uno maduraba a espaldas del otro), hacer recaer sobre el más lerdo la culpabilidad del horrible Crimen de Berruecos.

Obando hacía ascos de los pruritos hipócritas de la gente y alzando la cresta decía a sus conmilitones que en aquella vaina todos estaban manchados de sangre, que a qué carajo venía tanta hidalguía si la hidalguía misma se asentaba sobre las masacres inferidas al contrario; que a qué carajo, tanto amor por la humanidad en nombre de la libertad, cuando por ella habían acabado con la honorable vida de su padre; que de Bolívar para bajo todos eran unos asesinos. La santa puta hipocresía esta incrustada en todos los pensamientos, en todas las mentes y en todos los actos. La mentira, la cicuta y el puñal siempre han triunfado.

Posada no se hallaba muy lejos del teatro de los acontecimientos de Buga; encontrábase en Neiva y muchos esperaban que de un momento a otro se abalanzara sobre los “forajidos del Cauca”; pero andaba caviloso, confuso, profundamente afectado desde que Bolívar tomó la determinación de irse del país. Ya José Hilario López se había movido para envolverle y en el pueblo de Quilichao expidió una proclama, en la que amenazaba con “a guerra más cruel que jamás se haya visto o imaginado”.

Obando se mostraba más cauto, y más bien aconsejó a su amigo que no se desmandara. A José María le habían llegado noticias equivocadas en el sentido de que el Libertador se había dirigido a Bogotá, pues el “viejo” era verdaderamente duro, y de su alma diabólica o sagrada, según del lado que se le mirara, podía esperarse cualquier cosa. Entonces José María comenzó a actuar de una manera dual, de modo que si las circunstancias en las que estaba embarcado le fallaban, él pudiera acogerse a alguna forma de perdón, pues siempre podían esperarse de Bolívar actos de extraordinaria generosidad. Esta “perdonadera” del Libertador era tal vez un mal de la vejez y del cansancio, los desengaños de la guerra y la política. El perdón que Bolívar le podía otorgar en los difíciles momentos de su vida habíansele convertido en una de las más preciosas divisas de su causa.

Mientras ocurren todas estas convergentes amenazas contra el gobierno de Urdaneta, Flores se dispone a quemar también sus naves. No ve ninguna otra solución para salvar su pellejo sino declarar independiente al Ecuador, lo mismo que ha hecho Páez en su propio patio. Se autonombra presidente.

Como medida preventiva, Urdaneta para lograr la estabilidad de su gobierno y atacar por el sur a los eternos sediciosos de Pasto y el Cauca, envió agentes al Ecuador para revolucionar aquel departamento y hacerlo seguir bajo sus órdenes.

Flores, educado como Obando en las tretas dobles y sorpresivas, experto en providencias divinas y buen sabueso husmeador, pudo descubrir las redes que se le tendían. Estaba Flores entre los tentáculos de Urdaneta y el Binomio Obando-López con el que podía hacer tratos, aunque de él desconfiaran mucho. A Obando siempre le había madrugado Flores. Cuando quisieron meterle tropas por Pasto, Flores se adelantó y declaró a este territorio parte del Ecuador “por deseo y consentimiento de sus propios pobladores”. Es muy probable que esta decisión de Flores formara parte de los planes que él había acordado con López y Obando para salir de Urdaneta, pues bien difícil era para su gobierno mantener el control de una región que por mucho tiempo había estado bajo la égida de Obando. Es así como el Binomio del Cauca se transforma en Trinomio del Sur.

Habiéndose declarado a Pasto territorio ecuatoriano, Obando astutamente se replegó hacia Popayán. El sur estaba incomunicado, y ahora era claro que Urdaneta no podía contar para nada con la ayuda de Flores. Para entonces creía José María que con Urdaneta no podía llegar a ningún acuerdo. Que Urdaneta no era el “viejo chocho” de Bolívar al que se le podían sacar perdones fácilmente. Se equivocaba.

La jugada impresionante que entonces hace Obando lo delata completamente. Determina que la región de Popayán se declare parte integrante del territorio ecuatoriano: “el circuito de Popayán se agrega libre y espontáneamente al Estado del Ecuador, bajo su sistema constitucional y leyes que lo rigen, sometiéndose al Jefe de Estado... El circuito de Popayán reconoce con placer y acuerdo con el Estado del Ecuador, al Libertador Simón Bolívar como protector y padre de la patria, en los mismos términos que lo ha reconocido el Estado de Ecuador".

El complot del Trinomio (Infranqueable) del Sur, pretendía fundar un cuarto estado con el territorio de Pasto, el Cauca y Antioquia y la banda occidental del Magdalena. Aquí es donde no puede ser más clara la participación de los tres en la eliminación de Sucre. Pero la categoría de los delitos cometidos era de tal magnitud y los poderes ostentados por Obando y López se ejercían en territorios y circunstancias tan disímiles a la vez que distantes de los representados por Flores, que las sospechas, la desconfianza y el recelo estaban a la orden del día; en este sentido, más seguro se hallaba Flores y naturalmente éste no quería sacrificar su seguridad.

Posada seguía vacilando en su puesto de Neiva. Cada vez más pesaban sobre él unas palabras de Domingo Caicedo: —“Usted y yo somos granadinos y no venezolanos”. Oyendo decir que López se acercaba, le dominaba la duda y un penoso desgano, de modo que comenzó a buscar un modo de entenderse con él, aunque José Hilario se hubiese hecho ecuatoriano.

Algunos historiadores que han salido en defensa de Flores han dicho que la alianza temporal que asumió con Obando y López, en los días del gobierno de Urdaneta, se debió a lo inseguro de su posición. Que fue una treta para salir del atolladero en que se encontraba; que la muerte de Sucre probablemente le beneficiaba pero él no se lo había propuesto. Es necesario entender también que Flores no era un hombre de sólidos principios morales; era sencillamente un militar sagaz, que sabía sacar provecho para su particular partido de los errores y debilidades de los demás. Pero lo extraño fue que Flores aceptó la segregación que hizo Obando de la región de Popayán, y a una protesta de Urdaneta replicó que su gobierno estaba legítimamente constituido. Era la segunda vez que Obando vendía sus propósitos revolucionarios a una nación extranjera. Es difícil que los panegiristas de Obando (como Luis y Sergio Martínez Delgado, y Horacio Rodríguez Plata), que siempre han sostenido que el asesino de Sucre fue obra de Flores, puedan justificar el procedimiento de José María, de anexar Popayán al Ecuador y ponerse bajo las órdenes (para ellos) del supuesto asesino del Mariscal.

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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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