¡Con los tatucos!: Lo que casi nadie ve, aunque sea del tamaño del universo

9 de diciembre: partimos a las 9:10 de la mañana hacia la carretera de los cielos límpidos y los silencios crepusculares. Vamos encontrando algunos bosques nublados, en un día apaciblemente veraniego. Sólo nos detuvimos en Lagunillas para comprar panelas e hicimos otras dos paradas para tomar café, mientras contemplamos la extensión de todas esas estribaciones que recorren los Pueblos del Sur. Son días plenos de luz, con coloraciones ocres y azules. Manojo de melancolías. Soles y sombras. Oraciones. Silencios atronadores, inestimable comunión con la vida, un júbilo sagrado que nos eleva el alma.

Al llegar a El Molino, encontramos una notable concentración de personas en El Cementerio que ha ocupado parte de la carretera. Se trata del entierro de dos jóvenes; un asunto que tuvo que ver con el asesinato de dos agricultores cerca de Valencia, en el Estado Carabobo y que habían estado perdidos durante varios meses. Estos jóvenes salieron de El Molino, a llevar un cargamento de papas al centro de la capital pero en algún punto del camino fueron secuestrados y luego asesinados por delincuentes colombianos. Les quitaron el camión y fueron echados en un basurero. El GPS del camión indicaba que éste se encontraba en territorio colombiano.

A las 1:30 llegamos a nuestro hogar, El Valle de la Luna. Pero antes, nos detuvimos en casa del profesor Fernando Duran, pero la encontramos desolada. Cada vez que pienso en Fernando me duele como en este país se desperdician a tantos talentos, como el de este noble compatriota, por ejemplo. Debo decirlo, consignarlo aquí: Fernando es un sabio, eso que llaman un creador popular, un hombre sencillo y bondadoso, un ebanista de primera además, pero jamás petrificado como el José que colocan en el pesebre navideño. Puedo hacer una larga semblanza de Fernando, y sólo referiré que cuando se creó la Fundación Rutalana, en mil gestiones que hicimos en distintos lugares de Mérida, no encontrábamos quién pudiera encargarse de hacer 30 telares de mesa y treinta telares de pedal. Hacer un telar requiere de mucha pericia y paciencia, de precisión e ingenio (porque es una máquina de madera bien compleja). Pero ocurrió el milagro: un día le planteamos este reto y esta inmensa tarea a Fernando quien si vacilar un segundo los asumió y prácticamente construyó él sólo todos esos telares, cosa única en Venezuela. No sólo eso, sino que aprendió a tejer maravillas y se volvió maestro de maestros en este arte. Hoy Fernando está pasando junto con su familia por mil penalidades terribles, y debo aclarar que posee una granítica y natural formación muy bolivariana y chavista.

Seguimos la marcha: nos desviamos de la carretera principal y tomamos el camino hacia las cumbres de El Valle de la Luna. Hay en el trayecto dos tramos de pavimentos rígidos, pero el resto está destapado con grandes baches: la amable vista de todo lo que nos rodea nos reconforta y consuela: las sublimes montañas reverdecidas, las siembras de café dobladas por enormes cargas de pipas amarillas y rojas; frondosos pinos, el plácido cielo que anuncia el fin de las lluvias, faldas y más faldas sembradas de yucas, camburales y maizales, todo invitando a la contemplación y a la humildad. La verdadera paz no existe sino en estos lares. La paz sagrada del campo. Nos topamos con el señor Antonio Rojas, quien está secando café en un espacio pavimentado frente al corredor de su casa. Más adelante nos saludan los hijos de Alecio, pasa Gustavo en su moto y a lo lejos vemos a don Juvencio en una estampa de los campos de Montiel en su gloriosa mula. María Eugenia dice que siente algo en el corazón, una intensa emoción como si fuera a encontrarse con un gran amor: ese amor en este momento es nuestra perra Solita.

Comenzamos a desempaquetar nuestros equipajes: panelas, huevos, víveres, libros, y llega Ángel quien se está preparando para partir a Mérida (regresará el viernes); lleva Ángel en su macuto varios litros de leche, un morral con café en azul y unos tres quesos, artículos que le servirán para trueques en la ciudad: pagar pasajes y también atenciones por diligencias y compras de artículos que resultan muy caros en Canaguá.

Habiendo descargado nuestro equipaje, procedo a hacer un recorrido por la huerta, por la troja y el cambural: ver la siembra de apio, de ocumo, las moras, cómo van las matas de níspero, los limoneros, los naranjales, los mandarinos y los cafetos, la granadina, la auyama y las berenjenas, el ajo porro y el pimentón, y los almácigos donde se ha sembrado zanahoria y ají dulce.

Pronto recibimos las atenciones generosas de los pobladores de la aldea: La vecina Engracia nos recibe con un buen plato de comida: carne, arroz y cambures sancochados que nos trae su hija Lucía Valentina. Nos enteramos que la gata Morisca lleva tres semanas sin saber de su paradero, y la explicación que se tiene es que ya no le es posible seguir conviviendo con su hijo, un precioso gatito llamado Morito, que la acosa con furia. Misterios. Hace un año, Chorita, la hermana de Morisca desapareció sin dejar rastro. En estos lugares, los perros y gatos son muy disponedores de su libertad, un día se pierden y a veces son encontrados en páramos distantes, por ejemplo.

María Eugenia trae algunos presentes, unos paquetitos de galletas para Lucia Valentina, para los hijos de Avenildo (Alejandro y Andrés), para los hijos de la señora Gaudi y para las hijas de Xioli.

Viene ahora la etapa de la sequía. Llegamos con luna llena, anegados de luz el día y la noche. Hay un verso que resuena con fuerza por el lugar:

Por estas tierras de lirios y niños

entre luces de guamos y chirimoyas

alegres aldeanos con sus tatucos,

la fiesta del café, luciérnagas y mariposas

10-12-2019: esplendoroso día. Se ve el gran movimiento de los habitantes de la aldea, que trasportan enormes costales de café recogidos por los lados de El Cobre, cosechas de los hijos del señor Abel (hermano del señor Corsino) e hijos del señor Corsino como Neptalí y Carmelina. Llevan estos costales en mulas, en sus hombros, o en motos. Es como una fiesta esta recolección, tal vez como lo será en Europa la recolección de la aceituna o de la uva. Las mujeres se afanan preparando la comida para los peones, se oyen las bromas y las chanzas de los recolectores, aunado todo esto a la proximidad de las navidades, las misas de aguinaldo, las hallacas, la música que llega de los cielos, festivos los campos y los ardores juveniles.

María Eugenia se dedica a urdir en la gran urdidora giratoria, y hace esta labor en la troja. Yo me dedico a rozar toda la zona que está frente al lavadero. Se oyen voces: ¡doña María, señor José!... Nos visita el señor Corsino junto con su hijo Manuel: traen un envase con leche recién ordeñada. Conversaremos con el señor Corsino hasta el mediodía, momento en que lo llevaremos a su casa, entretanto él nos acompaña en la troja donde María Eugenia está urdiendo, y yo echando escardilla. Estamos en estos quehaceres cuando escuchamos unos maullidos en el monte, por los lados del terreno de Evencio: se trata nada más y nada menos que de la gata Morisca, ¡que ha vuelto a casa! Esto es de lo más sorprendente: no lo podemos catalogar sino de un gran misterio porque ayer nos contaba la niña Lucía Valentina que ella estuvo llorando por la desaparición de Morisca, que no la veía desde hacía casi un mes, perdida desde el día siguiente a nuestra partida a Mérida. El señor Corsino dice que los animales son muy inteligentes, que lo único que no hacen es hablar, y afortunadamente. Que la gata nos ha tomado mucho cariño, y que por eso ha vuelto.

Como tenemos señal en la televisión nos ponemos a escuchar el discurso del presidente argentino Alberto Fernández en su toma de posesión. No asistió a este acto el presidente Maduro, pero sí lo hizo nuestro ministro de información, el doctor Jorge Rodríguez.

Por la tarde, me voy con la perra hasta la casa de Avenildo. Necesito que me venda un racimo de cambur para prepararle su comida. Me adentro en una vereda surcada por enormes matas de café, cargadas de frutos rojos. Al fondo comienzan a ladrar los perros, son tres hermosos perros cazadores: corren unas gallinas por entre el cafetal, se atraviesa un soberbio gallo que sacude sus alas, como preguntando de qué va mi visita…, un grupo de niños se acercan para saludarme y para juguetear con Solita. La señora Rosa ya está enterada por Manuel que estoy interesado en el referido racimo de cambur. Me dice con mucha amabilidad que pase adelante, y la veo tan atareada, atendiendo mil cosas a la vez. Me ubico en un hermoso corredor desde donde se aprecia una conmovedora vista de La Coromoto: allá arriba, en una cumbre, está la casita de Fernando (hijo de Evencio Mora) rodeada de camburales, en el patio de la casa de Avenildo también están secando café, porque este año la cosecha ha sido, insisto, fabulosa en toda la aldea. La señora Rosa se hunde en la cocina y me va hablando, luego aparece con un plato en el que me trae café y una panqueca tiernita y caliente. Llega una niña del vecindario de nombre Francis, con un cargamento de café en laja para que la señora Rosa se lo cambie por queso y leche. El café es la moneda de cambio por excelencia en todos los Pueblos del Sur.

Los niños corretean sin cesar por el corredor y juguetean con Solita: la abrazan, la besan y hasta tratan de jinetearla; la perra pacientemente les soporta todos sus agites, y entretanto, yo voy conversando con doña Rosa quien es apureña y se ha aclimatado muy bien por estas alturas y este clima. Cosa rara en un llanero. Recuerdo que mi hermano Adolfo, llanero de pura cepa, cuando me visitaba en Mérida no se amañaba en los andes por el frío y las lluvias y vivía añorando su lar. La señora Rosa hace veintiséis años que se vino de Apure, cuando tenía apenas dieciséis, ya cuenta por aquí con cuatro hijas y cuatro nietos.

Por la tarde, recibimos la visita del señor Corsino con sus hijos Enrique y Manuel. Nos traen un queso que le habíamos pedido, y se lo canjeamos por panela. Mientras atendemos esta visita, viene y se agrega la del señor Avenildo y su hijo Alejandro. Mientras se habla y se toma té, María Eugenia se dedica a enhebrar en el telar cuatrocientas agujas y doscientos dientes en el bastidor, para un urdido doble.

Nosotros intercambiamos productos como queso, huevos, carne y cambures, básicamente por panelas que con este fin compramos en el sector de los grandes trapiches que están en Lagunillas y en el mercado Soto Rosa.

11-12-2019: estamos consumiendo en las comidas, nuestro cebollín, bien exquisito y gustoso.

Hoy nos ponemos en pie de guerra de madrugada, y ya la gata Morisca y Solita están esperando a que se les abra la puerta para tomar sus posiciones, una en el alféizar de la ventana de la cocina y la otra a un lado del fogón. María Eugenia sigue enhebrando, es una labor que le acaba produciendo, cierto dolor cintureado.

Hoy nos toca encender el fogón para hacerle a la perra unos cuarenta kilos de comida.

A las 9:30 de la mañana salgo de paseo con Solita. Tomo mi morral, agua y me pongo las botas de goma. Enfilamos hacia el sector El Cobre. Antes de llegar al segundo portón cojo algunas guayabas parecidas a pumarrosa, dulces y suaves. Más adelante me encuentro con Neptali quien está recogiendo café en la Hondonada de los Pinos. Tiene allí amarrada una mula para ponerle varias cargas de café. Hago el paseo de la manera más calmada. A la altura de El cobre hay una hilera de matas de guayaba, y observo, que los mejores frutos cuelgan de las ramas que están al borde de un abismo. Muchas de estas guayabas están picadas, como si les hubiese caído una peste, sin embargo recojo medio morral.

Tan hermosa está la mañana que apetece echarse en algún terraplén y estarse contemplando la claridad inefable de las montañas sin reparar absolutamente en el tiempo ni en los encargos ni en que hay que estar en casa a la hora del almuerzo. Dejar que el mundo vaya por donde quiera ir uno por su lado… Cargué también con unos viejos palos de cínaro que me encontré en el camino, muy buenos para hacer fuego.

Hoy Baudelio, el esposo de Engracia, ha matado un toro negro, de unos trescientos cincuenta kilos. Nosotros hemos comprado algunas vísceras de ese toro para la perra, y de él Engracia nos ha regalado un buen trozo de hígado.

Han venido Manuel y Enrique para ayudarnos a bajar del fogón la enorme olla de la comida para la perra (que pesa unos cuarenta kilos), pero cuando ellos llegan ya María Eugenia y yo nos la habíamos ingeniado para retirarla.

12-12-2019: con lo que quedó de las brasas de ayer María Eugenia enterró unas berenjenas para deshidratarlas y luego hacer una crema de babakanús.

Recojo cinco kilos de café de nuestras matas en el patio y se las entrego a los Mora para que la cilindreen.

María Eugenia no para de trabajar un instante, y la mañana la ha pasado envasando los cuarenta kilos de comida que preparamos ayer para la perra.

Como he dicho, la cosecha de café ha sido este año extraordinaria por todo este sector, por Canaguá y los restantes pueblos del sur. Por ejemplo, he visto cómo el señor Jairo, sobrino del señor Corsino ha pasado entre ayer y hoy con unas treinta cargas de café.

Voy y recojo al señor Corsino para que pase un rato con nosotros. María Eugenia le prepara un pocillo con frutas y luego entre conversa y conversa nos tomamos un pocillo de café. María Eugenia sigue tejiendo y está haciendo una tela con unas tramas artísticas tales, que pareciera que trabajara con un telar de cuatro marcos.

Por la tarde, María Eugenia hace dos panes de jamón, y de la cocina pasa al telar, del telar al huerto, siempre con la placentera compañía de la niña Lucía Valentina quien es muy inteligente, le entretiene con sus salidas y le ayuda en sus faenas.

Mientras la gata Morisca se echa en el sillón rojo a dormir horas y horas, Solita está atenta a todos mis movimientos: si voy al cuarto hasta allá me sigue, si me voy al huerto está a mi lado, si entro al baño se queda afuera haciéndome guardia. En cuanto me pongo una chaqueta o las botas se vuelve nerviosa y corre a la puerta para que no la vayan a dejar en casa. Fui a encender la camioneta y la perra, alerta, corrió a meterse en la tolva.

Cae una tenaz lluvia. Se oscurece la tarde. Nos visita la señora Consuelo quien viene con su nietecita Orianni, y nos obsequia tres fabulosos pimentones que parecen de porcelana. María Eugenia recibe las visitas mientras teje y teje.

A las siete de la noche nos visita Alecio con una de sus pequeñas hijas. Nos trae yuca, y nos pregunta si regresamos mañana o el sábado para ver si nos llevamos a uno de sus hijos, a José Alí, quien se está dializando tres veces a la semana en Mérida. Otro momento para compartir un té y nos ponemos a conversar en la sala, cuando entonces se va la luz. Menos mal que hay luna llena, y con la luz del candil de un celular seguimos nuestra conversa. El tema versa sobre la siembra, el cuido, la cosecha y el negocio del café.

Nos enteramos que a un recogedor de café, por un día de trabajo, le dan las tres comidas y le pagan con tres kilos de café en laja. El café en laja aún necesita ser trillado (café en azul o gris), tostarlo y pasarlo por un molino. Un recogedor de café, para recibir tal paga, debe ser capaz de acopiar cien kilos al día, es decir, que debe recoger un promedio de quince kilos por hora. En este momento, el sueldo mínimo está en 140 mil bolívares, es decir, lo que un recolector de café gana en un día, sin contar las tres comidas que recibe. Un informe reciente revela que de diez venezolanos que emigran a Colombia, ocho se dedican a la recolección de café, y trabajan en condiciones de esclavos, porque además los servicios que deben pagar como la electricidad, internet, teléfono, el gas, el agua (y el alquiler de las viviendas) son extraordinariamente caros. ¿Quién entiende este mundo, carajo?

El café en laja lo están vendiendo en 34 mil bolívares el kilo, en azul (es decir, cuando ya ha sido trillado) lo venden en 45 mil el kilo y el que ya está molido en cien. Ha de tomarse en cuenta, que si alguien compra cinco kilos de café en azul para procesarlo, le perderá un kilo en la tostada y en la molida.

Para un aldeano de La Coromoto, para medio defenderse con los gastos en comida de un año, debe recoger por lo menos, una tonelada de café. Debe tomarse en cuenta que si las matas de café no reciben abono tienden a dar pocos frutos y a debilitarse. Una mata de café puede dar cosechas durante quince o veinte años, y comienza a producir a los tres años de haber sido sembrada. Hay que tener en cuenta también, que los abonos son muy caros. Los tipos de café que se conocen en estos pueblos andinos de Santa Cruz, Tovar y los Pueblos del Sur, son el manzano que da una pepa grande y de muy buena calidad (y del cual ya queda muy poco en la región), el caturra que se ha adaptado a la región y el llamado café criollo. En esta temporada, la lluvia perturba la recolección porque las pepas se caen y se pudren rápidamente.

Ahora bien, el café requiere de un proceso lento y laborioso que muy pocos conocen; he aquí el paso a paso:

  1. La recolección de la pipa (el fruto) que se da una vez al año, entre mediados de noviembre y enero.

  2. Se tiene que cilindrar, es decir, pasar por un cilindro para despulparlo, que consiste en quitarle la concha exterior y dejarle la lajita. En el campo casi todo el mundo tiene ahora el cilindro para este procedimiento. Anteriormente para despulparlo se colocaba la pipa en un tanque con muy poco agua y se cubría con monte para pudrirla durante ocho día, y se dice que de esta manera (artesanal) el resultado del café que se obtiene es de una calidad superior, excelente.

  3. Una vez despulpado se pone a secar en una explanada, por esta razón en casi todas las casas de campo donde se cultiva café se tiene un patio pavimentado para este propósito.

  4. Una vez totalmente secado, se lleva a la trilladora que consiste en quitarle la concha y soplarle las cascaras, y de este modo el café queda en lo que se denomina AZUL o GRIS, porque las lajitas resultantes adquieren esa coloración. De este modo el café queda en LAJA, que es el que más se comercia en la región. Hay quienes obtienen una gran producción de café en laja y lo venden a las torrefactoras.

  5. La quinta etapa consiste en la tostada que se hace en unos grandes calderos, y que debe hacerse con mucho cuidado para que no se pase y se queme.

  6. La molida es el último paso para de allí ser servido en la consabida taza que es lo que necesita el hombre para celebrar la mañana, la bendición del día…

13-12-2019: amanece un día oscuro y frio.

A falta de harina de trigo… Con la yuca que trajo ayer Alecio, María Eugenia hace una torta exquisita.

Empapadas las montañas, soledad y silencio. Van pasando las horas bajo la lluvia: la perra echada en su almohadón en la sala. Morisca enroscada en el sillón rojo que está colocado a la entrada de la casa. María Eugenia que no para de tejer. No se siente el menor soplo de brisa. Busco rolas en la troja para encender el fogón esta noche. La pertinaz llovizna no deja ver las montañas. Voy del cuarto a la cocina, de la cocina a la sala, de la sala al porche. No hay hora ni tiempo ni reloj. Está ahí el medidor de temperatura pero nadie lo ve. Ausencias, vaguedades, calma absoluta. Gorros de lana con tramados de cruces sobre la cómoda y en la cama. La fiebre de Lucía Valentina la tiene muy apagadita. El serafismo del campo entre la niebla. Sacamos la cabeza del tiempo y nos metemos en las dimensiones del sonambulismo. Ecos de voces lejanas con anuncios y más anuncios de aguaceros. El tamborileo del agua en unas lajas. Manos dulces, manos pegajosas. Enchumbada la grama, brillante el patio, como un río de cuentos que fluyen consentidos y graciosos desde el manzano que ha dado su primer hijo hasta más allá, abajo, donde se encuentra el cambural, nido floreciente de pipas de los cafetos y de lo que prometen las pequeñas matas para dentro de un año.

14-12-2019: hoy sábado, a las nueve y media de la mañana hago otra caminata con Solita. María Eugenia me acondiciona el morral con agua y cuatro mandarinas, porque ella continuará en lo suyo: tejiendo. Ya ha elaborado en el amplio telar de pedal unos cuatro metros de tela con hermosas tramas.

Poco después de cruzar el río me topé con Jairo que iba en su mula, ya por cuarta vez en el día a buscar otras dos cargas de café.

Me voy lentamente recogiendo guayabas en el camino. La perra me espera paciente, olisquea unas matas, se acerca a unos becerros para saludarlos y luego viene a mi lado. Llego hasta El Cobre, la propiedad de Neptalí, sigo ascendiendo hasta la entrada de la casa de Ramoncito, el yerno de Jairo, traspaso el tercer portón y me voy por el filo de una empinada cuesta desde donde se aprecia la magnificencia de gran parte del recorrido del serpenteante camino real. Por allí me echo a comerme las mandarinas. Más adelante, en el cuarto portón hay una mata con unas guayabas pequeñitas y bien ácidas, y bajo de ella me echo otra vez a contemplar el lomo de las reverdecidas montañas que se extienden desde un lugar que llaman Los Marañones hasta Los Atalitos, dos puntos que hemos recorrido en varias oportunidades. Por los predios del agricultor Onofre Mora, sobrino del señor Corsino vi los grandes sembradíos de café cundidos con sus frutos amarillos y que deben ser de José Alí, el hijo de Alecio. Hice el cálculo que de esta cosecha, se podrían extraer no menos de tres camiones, del tipo 350, cargados con este fruto, es decir, unas cinco toneladas. Por estos lares me conseguí unos palos bien bonitos como para hacer unos horcones, y me los traje arrastrándolos.

Poco después del mediodía nos visita Ángel, quien anoche llegó de Mérida. Nos dio un breve reporte de sus diligencias en la capital, y luego con una larga vara se montó en el guamo para bajar unas hermosas granadinas o parchitas dulces como ellos las conocen y que ya están maduras.

A las cinco de la tarde tuvimos la visita del señor Corsino y de sus hijos Ángel y Manuel, quienes venían a despedirse porque nosotros partimos mañana. Le mandaron a Óscar Alí, un nieto de Corsino, una carga de hojas de cambur para envolver las hallacas, y a nosotros no trajeron otro paquete de estas hojas y dos quesos que se los cambiamos por un kilo de espaguetis, dos kilos de arroz, un kilo de harina pan y un kilo de caraotas rojas. María Eugenia les atendió con un trozo de torta de yuca, que encontraron exquisito.

Por la noche me puse a leer un prólogo horrible, plagado de incoherencias etílicas, que le escribió C. Ovalles a las Memorias de Pedro Núñez de Cáceres. Toda una gran barbaridad. Lo que recoge el libro de don Pedro de los años que van de 1852 a 1861 sobre nuestro país, es algo monstruosamente terrible, cómo estábamos, en qué desmoralización tan grande habían llevado a Venezuela, Páez, Soublette y la banda de los Monagas. Este libro fue posible gracias a la labor editorial que ejerció desde el Ejecutivo el doctor Ramón j. Velásquez.





 



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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