Siguen las pesadillas en el Teleférico Mukumbarí

Las repentinas fallas eléctricas, los cadáveres de montañistas, las salas sanitarias descompuestas, el fantasma de la niña que murió en el mirador del pico espejo, y el avistamiento de un cóndor andino volando en el pico Bolívar.

Voy a utilizar mi vocación periodística, para encontrar la verdad en el Mukumbarí.

Son las siete y media de la mañana, es el primer suspiro del mes de febrero del 2018, que se respira con el gran ombligo de la semana, sintiendo muchísimo frío por la retaguardia, y soñando con una montaña que espera a su hijo amado.

Me despierto abriendo los ojos cerrados, me desnudo frente al espejo retrovisor del baño, tomo una ducha con chorros de agua caliente, me afeito para armonizar con la mejor cara del prójimo, me visto con elegancia para modelar por las calles merideñas, y con la legendaria valentía de mis heroicas heroínas, llegué hasta la popular taquilla de pago del Teleférico Mukumbarí.

En Mukumbarí no se habla mal de Chávez. Es imposible eludir el grosor de las gigantescas letras socialistas, pintadas a lo largo y ancho de la emblemática pared revolucionaria. De hecho, el apellido de nuestro querido comandante eterno, no se debe ensuciar ni en Mukumbarí ni en cualquier otro lugar del Mundo, pues su gesta patriótica emuló el sentimiento emancipador de Simón Bolívar.

Son las ocho y media de la mañana, un sol perfectamente compaginado con el frío merideño, y estoy esperando con una fuerte dosis de alegría, que el primer vagón del teleférico llegue hasta los pies de mi humanidad.

Muchos policías custodiando la zona, mucho personal de seguridad, mucha vigilancia a mi alrededor. Supongo que el viaje a través del teleférico Mukumbarí, será una experiencia totalmente confortable, organizada, entretenida y educativa.

Ya está por llegar el esperadísimo vagón del teleférico. Todos los turistas lo vemos descender, y todos los turistas queremos abordarlo. Empiezo a sentir un clima de ansiedad y desesperación, a medida que se acerca el primer vagón del Mukumbarí.

Nadie respeta la colita, nadie respeta el orden de llegada, nadie respeta la serenidad, nadie respeta la cortesía, y nadie confía en el traicionero cuento de hadas.

Finalmente llegó el vagón y se abre la compuerta. Los turistas se transforman en animales de la selva, y todos los animales quieren sentarse en la primera fila del show circense. En pocos segundos, la estampida ocasiona un festival de empujones, pisotones y golpes, porque todos los animales disfrazados de turistas nacionales y extranjeros, quieren reposar sus culos sobre los asientos friolentos del Mukumbarí.

Increíblemente pude sentarme dentro del vagón, creo que fui violado por la cremallera del pantalón, mientras intentaba esquivar los codazos de los desordenados animales, pero pude sentarme en una esquinita del vagón, para empezar a disfrutar del primer tramo del teleférico Mukumbarí.

Una vez que empezamos a ascender, los turistas escuchamos a través del equipo de sonido del vagón, una grabación de audio que comienza a explicar el recorrido a través del teleférico Mukumbarí, gracias a la hermosa voz de una dama y a la hermosa voz de un caballero, quienes serán los locutores autorizados de describir el imponente viaje.

Lamentablemente, es imposible escuchar la mencionada grabación de audio, pues todos los turistas no dejan de gritar, hablar, toser, estornudar, chillar y patalear. Niñitos malcriados, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos. Todos verbalizan sus emociones, con una fuerza vocal que bloquea la sensatez.

Desde que abordamos el vagón, nadie quiere callar la carnosa boquita, y ninguno de los turistas callan sus bocas, por lo que aunque hagamos un esfuerzo auditivo para prestarle atención a la grabación de audio, no se pueden escuchar los interesantes comentarios de los locutores, impidiendo que recibamos la educación ambiental sobre el Mukumbarí, y dejándonos en una completa e injusta ignorancia.

¿Por qué tengo que leer en Wikipedia, lo que pude haber aprendido en Mukumbarí?

Resignado a no poder escuchar la grabación de audio, por culpa de los escandalosos turistas nacionales y extranjeros, yo intentaba disfrutar del maravilloso paisaje que ofrece la Sierra Nevada. No obstante, es imposible disfrutar del elevado paisaje andino, porque los turistas abusan con el uso de sus teléfonos celulares, para tomar fotografías y filmar videos, mientras van irrespetando el derecho que tienen los restantes viajeros, de disfrutar sanamente un viaje que es bastante costoso y que se transforma en un calvario.

Dentro del vagón del Mukumbarí, los turistas toman fotos sobre tu cabeza, de hecho, usan tu cabeza como trípode para sacar buenas fotos. Los turistas toman fotos sobre tu hombro, graban videos apoyándose en tu cogote, te toman fotos aunque no quieras salir en esas fotos, llaman a sus amigos y siguen tomando más fotos, con la mano derecha los turistas toman fotos, y con la mano izquierda los turistas graban los videos.

Besándose, abrazándose, copulando, masturbándose, bostezando, drogándose. Con sus gorritos y sus guantes, todos los viajeros convierten al vagón del Mukumbarí, en una claustrofóbica guachafita llena de falsas sonrisas y de enfermizas salivas.

Los turistas invaden tu espacio dentro del vagón, y ninguno de los encargados de la seguridad interna, se atreve a reprender el ofensivo uso del smartphone. Es tan estresante y molesto el abusivo uso del celular, que nos hace pensar que los turistas sufren graves trastornos mentales, y como siempre pagan justos por pecadores.

¿Por qué tengo que ver en Youtube, lo que pude haber visto en Mukumbarí?

Ya me resigné a no escuchar la grabación de audio, y ya me resigné a no disfrutar del bello paisaje en Mukumbarí, porque los turistas usan mi cabeza como trípode, para sacar las mejores fotografías por el ventanal del vagón, y compartirlas por todo lo alto en las redes sociales.

Obviamente quiero salir con prisa del primer vagón, esperando que en la segunda estación, pueda disfrutar un poquito del bonito teleférico.

Yo seguía pecando de ingenuidad, y no sabía que lo más importante dentro del teleférico Mukumbarí, es la feroz competencia que protagonizan todos los turistas, por colocar sus culos dentro de los mejores asientos del vagón, y a nadie le importa que se tumbe la cruz del helado viacrucis, ni que al muchacho con cáncer lo tumbaron y lo humillaron en el suelo.

Todos llegamos a la segunda estación, y tan pronto salimos del vagón, todos los animales corrían como locos, para abordar con prisa el próximo vagón del Mukumbarí.

Nadie escucha la información turística, que te suministran los promotores del teleférico. A nadie le importa las actividades didácticas que se ofrecen en cada estación. Lo único que importa, es correr más rápido que el otro animal, y así reposar los culos dentro de los asientos del nuevo vagón. Esa situación me tomó por sorpresa, y sin darme cuenta, yo también caminaba rápido para no quedarme parado en el limbo.

Lo peor del viaje dentro del vagón, es que las personas colocan carteras, bolsos y maletines, en los asientos que todavía se encuentran desocupados, mientras esperan que sus amigos o familiares ingresen al vagón, para que ellos se sienten en esos privilegiados puestos.

Los turistas te dicen: "Ya está ocupado", siendo una constante y descontrolada mentira que ocurre en todos los tramos, y como de costumbre, los encargados de la seguridad interna del Mukumbarí, no imponen el orden dentro del vagón, y permiten el caótico desorden que genera desasosiego y violencia.

Violencia es la palabra que mejor define al teleférico Mukumbarí. Violencia para ingresar al vagón, violencia para sentarse dentro del vagón, violencia para salir del vagón, violencia en Barinitas, violencia en La Montaña, violencia en La Aguada, violencia en Loma Redonda, y violencia hasta llegar al famosísimo Pico Espejo.

Mucho egoísmo de los pasajeros, mucho mundanismo dentro del vagón, mucha pasividad de los responsables de la seguridad interna.

Todo lo malo se permite en Mukumbarí, todo lo bueno se prohíbe en Mukumbarí, y ni se te ocurra quejarte del pésimo servicio, porque te ponen más trípodes sobre tu cabeza.

Finalmente llegamos al Pico Espejo, último destino de la grandiosa travesía. Nos dijeron que teníamos treinta minutos para disfrutar del paisaje, nos dijeron que las salas sanitarias estaban descompuestas, y nos dijeron que respetáramos las barandas.

Es cierto, el fantasma de la niña causa mal de páramo a los turistas que usan la escalera, y si has cometido muchos pecados sin confesar en la vida, el fantasma no te abrirá la puerta automática, que permite ver en vivo y directo a la Virgen de Las Nieves.

Pude observar como muchísimos turistas se tropezaban con la puerta automática, porque el fantasma no deseaba que ellos percibieran a la virgen. Les recomiendo utilizar el sacramento de la reconciliación en sus iglesias, antes de emprender la aventura sobrenatural por el teleférico Mukumbarí.

No puedo decir que disfruté del Pico Espejo, porque los turistas seguían usando mi cabeza como trípode, para sacar las mejores fotografías de la mencionada advocación mariana, que es un símbolo religioso muy lindo de presenciar bajo la nieve.

Estamos dejando pasar la vida por la pantalla de un teléfono celular, y cuando estemos sepultados cuatro metros bajo tierra, será nuestro querido y metálico teléfono celular, el único personaje que recuerde los imborrables momentos vividos.

Yo pensaba que el regreso sería un poco más tranquilo, pues los animales ya disfrutaron los 4.500 metros de altura del Pico Espejo, y estarían muy satisfechos de haber comido la friolenta carroña.

Pero para mi desgracia, la infernal historia de salvajismo se volvía a repetir. Todos los animales corriendo de vagón en vagón, llevándose a todo el mundo por delante, gritando estupideces a carcajadas, peleando con sangrientos trancazos para sentarse, y sosteniendo sus teléfonos celulares para tomar más fotos y grabar más videos, pero ahora desde el funesto y trágico descenso.

El reloj marcaba las doce y media del mediodía, y justo después de salir del vagón y pisar la tierra firme, me preguntaba si había tenido mala suerte en el viaje, o si todos los días se repite la horrible pesadilla en Mukumbarí.

Recuerdo que me quedé unos minutos en la Plaza Las Heroínas, me senté debajo de un árbol con una sensación de desesperanza, y escuché con bastante volumen la canción "Animal Instinct" de la banda The Cranberries.

Quizás fue la respuesta inconsciente a los dolores del vagón, o tal vez quería probar la calidad de mis nuevos audífonos.

Yo creo que todos los días del año, se repite el mismo infierno dentro del teleférico Mukumbarí. Todo es una competencia. Los turistas compiten como animales para ir sentados en los vagones, y los directivos del teleférico compiten como animales por la plata, buscando meter más y más gente dentro de esos saturados vagones.

Todos se tratan como animales, porque la sociedad venezolana en la que vivimos, es una auténtica animalada, donde hoy peleamos a muerte por un pote de leche en polvo, y mañana pelearemos a muerte por un asiento dentro del Mukumbarí.

Perdemos lo chévere, perdemos la ilusión, y perdemos la magia. La triste realidad que enfrenta el teleférico Mukumbarí, es un fiel reflejo de la sociedad consumista y capitalista en la que todos yacemos, y aunque supuestamente en Mukumbarí se camina con los pies descalzos del socialismo, vemos que el poderoso veneno inyectado por la cuarta república venezolana, sigue siendo la gran huella dactilar de los oriundos y de los foráneos.

¿Por qué tengo que denunciar en Aporrea, lo que nadie denuncia en Mukumbarí?

Mukumbarí no es una mercancía capitalista, no es una carrera de caballos, no es una fiesta de reguetón, no es un mercado de pulgas, y no es un prostíbulo venezolano.

Mukumbarí significa "lugar donde duerme el sol". Herencia de nuestros indígenas, que deberían renacer de las cenizas, y volver a repoblar sus indomables territorios.

Jesucristo jamás pidió teleféricos, jamás pidió aviones, y jamás pidió helicópteros.

Jesucristo solo nos pidió un poquito de misericordia, porque mientras nos comportamos como idiotas en las montañas del teleférico Mukumbarí, hay compatriotas venezolanos que están muriendo de hambre y de sed en las calles, y ningún teléfono celular puede fotografiar la indiferencia que nos carcome por dentro.

El inolvidable teleférico Mukumbarí, necesita sembrar más conciencia ciudadana, necesita cultivar más respeto por la cultura ancestral, y necesita germinar más amor por el pacifismo.

Desde mi cibermedio Ekologia.com.ve, pido un poquito menos de vértigo en las alturas, y pido un poquito más de sentido común en las trincheras.

Los soñadores que soñamos despiertos, nos quedamos llorando en la soledad de cuatro frías paredes, y aunque el extinto cóndor andino conquistó la gracia salvadora de Dios, hoy quisiéramos un reino de paz muy lejos de la guerra terrenal.

El artículo publicado se lo dedico a las familias humildes y de buen corazón, que sacrificaron sus salarios para poder disfrutar de Mukumbarí, pero por culpa de los animales disfrazados de turistas, no pudieron disfrutar del gran teleférico merideño, y terminaron sucumbiendo en un gallinero de escalofríos.

carlosfermin123@hotmail.com



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