Introducción
Vivimos una época de destructivas guerras imperialistas en nombre de la democracia, de salvaje explotación en nombre de las potencias mundiales emergentes, de desplazamientos masivos y forzados de población en nombre de la inmigración, y de pillaje a gran escala de los recursos naturales en nombre del libre mercado. Vivimos tiempo de barbarie, y las élites bárbaras emplean un ejército de manipuladores lingüísticos y culturales con el fin de justificar sus conquistas.
Los grandes crímenes contra la mayor parte de la Humanidad se justifican mediante una corrupción corrosiva del lenguaje y el pensamiento, una deliberada maquinación de eufemismos, falsedades y engaños conceptuales. Las expresiones culturales son un determinante clave en las relaciones de clase, nacionales, étnicas y de género. Reflejan y son producto del poder político, económico y social. Pero, del mismo modo que el poder es en última instancia una relación social entre clases antagónicas, las expresiones culturales están sujetas a la mediatización que les imponen las lentes, las experiencias y los intereses de las clases dominantes y sus rebeldes súbditos.
Del mismo modo que los escritores al servicio de las élites bárbaras han fabricado un entorno lingüístico de terror, de demonios y salvadores, de ejes del bien y del mal y de eufemismos destinados maquillar los crímenes contra la Humanidad, otros nuevos grupos de escritores, artistas y actores colectivos les salen al paso para esclarecer la realidad y elucidar las bases existenciales y colectivas que permiten desmitificar las mentiras y crear una nueva realidad cultural.
Frente a la barbarie de las élites, nos hallamos ante un renacimiento cultural. Las denuncias de los crímenes se realizan por medio de análisis periodísticos, obras teatrales y canciones. Los actos de afirmación de la integridad, la solidaridad social y el rechazo individual de las tentaciones monetarias refuerzan el compromiso moral ante las amenazas, los asesinatos y la censura oficial permanentes.
Los grandes crímenes de las potencias imperiales y sus satélites incluyen las masacres y el parte de bajas cotidiano, además de la propaganda que califica a las víctimas de criminales y a los criminales de salvadores. Los delincuentes políticos no han conseguido, ni consiguen, ni pueden silenciar, acallar o cegar a una nueva generación de intelectuales, poetas y artistas críticos que hablan al pueblo con las palabras de la verdad.
Hay varios temas fundamentales en el desarrollo del renacimiento cultural emergente y en nuestro desafío al reino de la barbarie: entre otros, las políticas del lenguaje, los malentendidos conceptuales y el coraje intelectual en la vida cotidiana. El gran conflicto se da entre el poder de los grandes medios de comunicación y la solidaridad colectiva, así como en la falsa asociación de clase social con alta cultura y cultura de masas.
Las políticas del lenguaje
La tergiversació n del lenguaje es requisito de complicidad con los crímenes políticos. La tergiversació n del lenguaje toma la forma de eufemismos cocinados por propagandistas, transmitidos por los medios de comunicación, repetidos en su pomposo lenguaje por académicos y jueces, y regurgitado en forma de lenguaje de la calle por la prensa amarilla sensacionalista. Crímenes monstruosos contra comunidades rurales perpetrados por la policía estatal son descritos como pacificación, la reducción de salarios y servicios sociales recibe el nombre de estabilizació n, y la eliminación de la legislación laboral que protege al trabajador de los despidos arbitrarios y la debilitación de los sindicatos se califica de flexibilizació n laboral.
A los defensores de los derechos humanos que protegen a las víctimas de la violencia militar se les llama cómplices de los terroristas, la violencia estatal y paramilitar sistemática se denomina seguridad nacional, la oposición a los vínculos militares y políticos con los escuadrones de la muerte se llama terrorismo, los planes contrainsurgentes de gran escala financiados por los poderes imperiales extranjeros ostentan la etiqueta de medidas para la salvación nacional.
También está el pretexto de asignar una terminología neutral pseudocientífica a los actos inhumanos: destruir miles de comunidades y desplazar a millones de personas es descrito como liquidación de elementos subversivos y se equipara a la eliminación de los insectos nocivos.
Los eufemismos son un tipo de anestesia colectiva destinado a tranquilizar a la población no directamente afectada por la violencia del Estado. La imaginería evocada por los eufemismos se presenta siempre como benéfica, con el fin de oscurecer la inicua realidad. Pacificar sugiere la existencia de un pacifier [1] , algo que permite a un padre o una madre calmar suavemente a un bebé y acabar con sus irritantes llantos. La pacificación de personas implica lo opuesto: la irrupción violenta de fuerzas militares en una comunidad pacífica, que provoca gritos de dolor y escalofríos de muerte.
El término estabilizació n en boca de las autoridades estatales significa reducir los déficit comerciales y presupuestarios mediante la reducción de los salarios, a la vez que se mantienen las subvenciones y las exenciones fiscales a las clases dominantes. Para bancos y grandes empresas la estabilizació n significa la desestabilizació n de la clase trabajadora y los pobres, la pérdida de los servicios sanitarios, el incremento de precio de productos básicos como alimentos y transporte, y la pérdida de empleo, causa de rupturas familiares, abandono escolar, hogares monoparentales y crecientes tasas de suicidio y alcoholismo.
El ensayo general previo a cualquier tipo de transformació n social y política es la claridad lingüística, es decir, hablar y escribir en un lenguaje en el que las palabras y los conceptos expliquen la realidad en que vivimos, especialmente las diferentes repercusiones de las políticas concretas sobre cada una de las clases sociales. Desenmascarar los eufemismos no es tarea de lingüistas sino de todo intelectual y artista comprometido.
El lenguaje y la izquierda
Con excesiva frecuencia, la izquierda deja de elucidar el significado de los eufemismos y recurre al perezoso recurso de colocar entre comillas la frase en cuestión. El entrecomillado tiene por objeto indicar ironía y crítica o rechazo del eufemismo, pero sigue siendo tan oscurantista como el eufemismo mismo que pretende desacreditar. Por ejemplo, muchos escritores despachan las referencias a Estados policiales o autoritarios que pretenden pasar por democráticos simplemente utilizando la palabra “democracia” entrecomillada, como si las comillas fuesen suficiente explicación. Estos críticos dejan de tomarse el tiempo y realizar el esfuerzo de elaborar un término más preciso que capture el significado cognitivo de ese sistema político. Recurrir al entrecomillado es un recurso utilizado en exceso por la izquierda y que socava los objetivos pedagógicos de educar a las clases populares y proporcionar un nuevo y útil vocabulario político.
En especial los intelectuales que pretenden ejercer de comunicadores o conductores de la clase obrera y el campesinado, insultan a la inteligencia del pueblo con el uso de palabrotas. Al utilizar palabrotas, el intelectual renuncia a su responsabilidad de ampliar el vocabulario de la clase trabajadora o los activistas campesinos. Cuando los trabajadores o los campesinos utilizan ellos mismos palabrotas, éstas dependen en gran medida de un contexto y un tono específicos que determinan su significado. Una misma palabrota puede tener un significado de denuncia y otro de afecto, en función de su contexto. Pero cuando disponemos de un vocabulario político más preciso y variado, el intelectual pseudopopulista debería presentar y definir sus significados en lugar de pretender establecer la relación basándose en el nivel más limitado y simplista de la comunicación: la vulgaridad.
El intelectual que minimiza su lenguaje para aproximarse a los trabajadores y campesinos no está con ello potenciando la comprensión de su mensaje; por el contrario, reduce su propio nivel de conceptualizació n.
El otro lado de la moneda es el problema del exotismo del intelectual. Es decir, el uso de un lenguaje poco familiar, abstracto, derivado de textos de alto nivel de especializació n, que no consigue conectar con las realidades concretas y las luchas de los trabajadores y campesinos. La tarea del intelectual consiste en tomar ideas complejas y hacerlas comprensibles, en ilustrar ideas de la práctica cotidiana. Es más fácil escribir para otros intelectuales que realizar el esfuerzo de explicar el contexto y el significado de un concepto a las clases populares. Pero es esto precisamente lo que hay que hacer, sin condescendencia ni simplificació n excesiva.
Claridad conceptual: entre democracia y barbarie
La tergiversació n conceptual es el opio del intelectual apologista del terrorismo estatal. ¿Cuáles son los conceptos más frecuentemente distorsionados? ¿Cuáles son los actos de tergiversació n más corrientes ? ¿Cómo y por qué tienen lugar estas acciones?
Los conceptos más frecuentemente manipulados son: democracia, ciudadanía (en cualquiera de sus acepciones), sociedad civil y elecciones libres.
Tal como la utilizan los apologistas extranjeros y nacionales del Estado terrorista, la democracia se reduce a un conjunto de procedimientos electorales, una competición de dos o más partidos entre sí; y unas instituciones legislativas y ejecutivas basadas en las elecciones. Los elementos más esenciales de la democracia, como la libertad de expresarse, organizarse, reunirse y protestar, quedan excluidos; los escuadrones de la muerte y la violencia militar y policial recurren a los asesinatos sistemáticos, los secuestros y las desapariciones con el fin de falsear completamente el contexto que conduce a las elecciones. En otras palabras, el Estado terrorista socava el contexto político de unas elecciones libres, de la competencia entre partidos y de la presencia de candidatos críticos. El uso generalizado e intensivo de la fuerza y la violencia en la fase previa a las elecciones determina las consecuencias de éstas: la alternancia de líderes dentro de los estrechos límites que impone la oligarquía gobernante. Los procedimientos electorales sujetos al terrorismo estatal y a los asesinatos sistemáticos y la intimidación son claramente incompatibles con cualquier concepción sustantiva de la democracia. La eliminación física sistemática de los oponentes políticos y la intimidación psicológica de la masa electoral definen al Estado policial.
Asociar el terrorismo de Estado y las amenazas políticas con la democracia es una grosera perversión de los mismos fundamentos del proceso democrático: la libertad de decidir presentarse a unas elecciones y perseguir alternativas al actual sistema. Algunos analistas hablan de democracias de escuadrones de la muerte, es decir, Estados en los que los escuadrones de la muerte cuentan con respaldo oficial y condicionan los procesos electorales. La ironía de la expresión citada está en ese oxímoron que remite a la frase de Orwell “la libertad es la esclavitud”. Del mismo modo, hay quien se refiere a Estados Unidos como a una democracia imperial, situación en la que la política interna es democrática mientras que una política exterior imperial impone estrictas normas de violencia y regímenes dictatoriales. Todos estos términos compuestos son, no obstante, conceptos estáticos; la construcción del imperio, especialmente en tiempo de derrotas, y el desorden interno pueden conducir a una usurpación del poder ejecutivo en el que la democracia imperial se convierta en Estado policial imperial.
Otro concepto asimismo tergiversado por los apologistas del poder del Estado es el de sociedad civil, es decir, las clases sociales, las organizaciones y las asociaciones que son independientes del Estado. Los apologistas del terror estatal, que exigen la defensa de la sociedad civil, se refieren únicamente a determinadas organizaciones de las élites civiles y oscurecen su íntima relación con el Estado policial. Su virtuosa sociedad civil excluye a las asociaciones campesinas independientes y a los sindicatos de clase. A la vez que hablan en defensa de la sociedad civil, defienden el Estado policial autor de asesinatos de líderes de la misma, como por ejemplo, abogados y jueces independientes, campesinos, trabajadores o estudiantes. La destrucción de la sociedad civil en nombre de ésta denota una situación de barbarie: un Estado bárbaro camuflado tras una fachada de política electoral competitiva oligárquica.
La ciudadanía y el Estado bárbaro
El ejercicio total o parcial de las virtudes cívicas constituye una empresa peligrosa en el Estado bárbaro. En el caso de Colombia , números cantan: hay tres millones de campesinos desplazados a la fuerza, 40.000 ciudadanos han sido asesinados por militares y paramilitares, decenas de miles de ciudadanos se han visto forzados al exilio o a la clandestinidad. Para muchos ciudadanos colombianos, la decisión de seguir adelante con el pleno ejercicio de sus virtudes cívicas, ejercer sus derechos sociales, desarrollar acciones cívicas y concretar sus derechos políticos a fin de cuestionar la hegemonía oligárquica está plagada de peligros cotidianos. Otros muchos, ciudadanos prudentes, optan por un funcionamiento en el marco de los parámetros institucionales impuestos por la oligarquía, y utilizan un lenguaje críptico en su denuncia de la violencia estatal. Los presidentes de Estados bárbaros que denuncian públicamente a los ciudadanos que ejercitan sus derechos cívicos están firmando sentencias de muerte, que son luego ejecutadas casi siempre por sicarios en motocicleta que disparan a los sindicalistas cuando se dirigen a sus trabajos, a los abogados de derechos humanos cuando abandonan sus despachos y a los activistas campesinos mientras trabajan sus tierras.
El ejercicio cotidiano de las virtudes cívicas en un Estado bárbaro es un acto heroico. La civilidad, ante las amenazas de muerte emitidas por líderes políticos que gozan de inmunidad, es una virtud que solamente puede atribuirse al ciudadano. La civilidad no está inserta en el sistema político; existe a pesar del Estado bárbaro y contra éste. En condiciones extremas, la conciencia cívica puede incluir la renuncia al voto o la abstención. Las elecciones pueden considerarse actos superfluos, en particular en los casos en que la oligarquía controla el proceso político y las elecciones sólo sirven para proporcionar una pátina de falsa legitimidad a los bárbaros que detentan el poder. En los casos en que surgen alternativas políticas, libres del control de la oligarquía, los ciudadanos pueden optar por ejercitar sus derechos políticos para reunirse y decidir colectivamente romper con el sistema y el aparato de violencia.
¿Tragedias políticas o criminalidad política?
Muchos escritores y artistas progresistas, cuando se refieren a las posibilidades perdidas por países dotados de una gran riqueza humana y material debido al mal gobierno, hablan de tragedias políticas. Se trata de una falsa apreciación muy grave que contribuye a enmascarar la naturaleza de la tragedia y el abuso del poder político. Existe una tragedia política, en el sentido clásico, cuando gobernantes bienintencionados pero de carácter inestable, cometen sin intención actos horribles –por ejemplo, matanzas familiares— o sumen a sus países en guerras devastadoras por pretextos mínimos, por un exceso de orgullo personal.
Las acciones bárbaras perpetradas por los gobernantes oligárquicos no son el resultado de defectos individuales, sino que son producto de actos colectivos, deliberados y sistemáticos de pillaje, explotación y usurpación de los pequeños propietarios agrarios. Los actos de guerra se realizan contra las comunidades en el territorio de éstas. Las razones de la guerra no son deslices personales, sino que se enmarcan en la defensa de privilegios indefendibles, poder ilegítimo y grandes concentraciones de riqueza.
La violencia sistemática persistente y a gran escala que infringen una serie de gobernantes oligarcas a sus conciudadanos y el empobrecimiento de un país potencialmente rico no es una tragedia, es un crimen político, o más concretamente, un crimen contra la Humanidad. Cuando hablamos de tragedias políticas, podemos referirnos a la Atenas clásica o al príncipe Hamlet, en ningún caso a la actual Colombia, un Estado cuya narrativa tiene más que ver con la genealogía de la Mafia.
La tragedia nos habla de buenos gobernantes que, debido a sus excesos, cometen delitos políticos. La audiencia de una tragedia se identifica, por lo menos al principio, con el gobernante y sus visibles virtudes y virtuosa gobernanza. A medida que el gobernante se desliza inexorablemente hacia su caída, la audiencia siente repulsión hacia sus crímenes, pero cuando al final se hace justicia experimenta una catarsis, es decir, un sentido de virtud cívica recobrada, incluso un sentimiento de que el absolutismo político, aun cuando haya sido la característica de un gobernante antes virtuoso, ha sido castigado debidamente. En la mente del público persiste un sentido de la ambigüedad ciudadana relativo a la condición humana que alcanza incluso a aquellos que ocupan las altas esferas de la política.
Por el contrario, los gobernantes de las actuales oligarquías, comienzan ya sus periodos de ejercicio del poder como delincuentes homicidas. Las campañas electorales mismas están plagadas de asesinatos, confusión y matanzas . Al convertirse en jefes de Estado, no cabe ya la ambigüedad: los más cercanos socios de los presidentes son los oligarcas, los parlamentarios que los apoyan han sido elegidos con los fondos ilícitos de los narcotraficantes y la ley se impone por medio de armas de fuego y machetes en manos de asesinos a sueldo.
Los actos criminales de gobierno se perpetúan, sin ningún tipo de virtud redentora. En ningún momento expresa la audiencia –la ciudadanía— ningún tipo de identificació n emocional. En cambio, a medida que los crímenes se multiplican, la indignación emocional y el repudio son cada vez más intensos. Con un sistema judicial totalmente corrupto y con medios de comunicación cómplices, el pueblo no halla ningún tipo de redención públicamente expresa porque, a diferencia de las tragedias griegas o shakespearianas, el horror no tiene fin. La criminalidad política que permea el Estado bárbaro contemporáneo no emergerá de un redentor de élite.
Colombia: héroes de cada día
Muchos críticos literarios y gran parte del público en general tienen a las estrellas cinematográficas o deportivas o a los ganadores del Premio Nobel como héroes y heroínas virtuales. Yo, por mi parte, tengo que confesar que mis héroes y heroínas no son ni santos ni notables, ni siquiera los grandes críticos y los intelectuales de renombre mundial de Estados Unidos o Europa.
Los más admirables de todos son los colombianos que siguen trabajando con gran tesón y energía en pos de las virtudes cívicas de solidaridad de clase con las víctimas del Estado bárbaro. Personas que afirman su dignidad cívica mediante la defensa de los derechos humanos y sociales. Cuando critican las injusticias, las celebridades culturales e intelectuales –notables, especialmente en el Norte— disponen de su propia reputación como protección ante el Estado depredador. Para ellos es un gran momento puntual: una conferencia de prensa, una reunión pública, la firma de una petición. Estas pequeñas acciones tienen un significado y una determinada influencia moral.
Sin embargo, en mi opinión su estatura queda minimizada ante los actos cotidianos de valor y solidaridad que realizan los activistas sindicales –trabajadores de la industria alimentaria o de la minería— o los juristas y empleados defensores de los derechos humanos ante asesinatos y amenazas de muerte cotidianos. Hay una gran distancia moral entre el poner en peligro tu vida cada minuto del día, como lo hacen los campesinos colombianos en sus movimientos, y los académicos que hacen declaraciones desde la protección de sus torres de marfil de prestigiosas universidades europeas o norteamericanas. Las acciones de éstos, debido al status de sus autores, pueden presionar al Estado bárbaro para que libere a una víctima de la tortura, lo que no es en absoluto insignificante, especialmente para la persona en cuestión. Un descenso de la intimidación proporciona un momento de alivio, pero una vez que las celebridades y los galardonados del Nobel se retiran para atender a sus obligaciones profesionales, son los trabajadores, los campesinos, los activistas y los movimientos sociales quienes tienen que hacer frente a las amenazas de muerte y los desafíos en su trabajo cotidiano, su entorno familiar y su entorno vecinal. Las virtudes de la solidaridad y la civilidad, de la militancia y sus consecuentes creencias son lo que me llevan a creer que la barbarie no es ni omnipotente ni constituye nuestro destino ineludible.
A pesar de las pomposas declaraciones de expertos y críticos de comunicación de masas que proclaman el poder de los medios de comunicación, sabemos que millones de personas desafían cada día los mensajes de los medios. Organizan protestas populares, alzamientos y huelgas generales aun cuando cada uno de los medios de comunicación de masas esté en contra de las acciones de masas. Contra el conformismo masivo de los medios, el espíritu y las tradiciones de clase, familia y solidaridad comunitaria han tenido mucho más éxito de lo que los expertos en comunicación admiten. En Venezuela , todos y cada uno de los medios privados de comunicación de masas censuraron al presidente Chávez y apoyaron el golpe de Estado contra él. No obstante, el presidente fue devuelto al poder y reelegido tres veces, siempre con una amplia mayoría.
La verdad es que el Estado bárbaro es vulnerable. Tácticamente poderoso, por su dinero y su armamento, pero estratégicamente vulnerable. Ninguna de las instituciones, ni siquiera las que apuntalan al Estado policial, puede hacer frente a una resistencia cultural y política sostenida que ponga al descubierto sus engaños, sus crímenes, su corrupción y su depredación. El presidente de Estados Unidos y su satélite latinoamericano favorito pueden seguir perpetrando asesinatos masivos, pero nadie cree en sus mentiras y engaños. Cuando la justificación de las brutalidades descansa exclusivamente en su control de la fuerza, ya han perdido la lucha política.
Con el fin de profundizar su claudicación política y, sobre todo, para garantizar que ninguna otra oligarquía bárbara sustituye a la anterior, la ruptura con el pasado político debe ir acompañada de una profunda revolución cultural. La superación de la barbarie exige un renacimiento cultural en el que lo mejor del arte, el lenguaje, la danza y la música no esté definido por límites y tabúes de clase.
[1] En castellano, pacificador, pero también chupete (N. del T.)
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