Cada quien a-livia su guerra

Si no existe la verdad absoluta entonces es incierto el diagnóstico que conduce al pronóstico de morir. La ética de morir no trata de vivir más sino ser digno de estar vivo. Ubicar la existencia a mansalva de lo que podemos pensar es un desacierto cuando ignoramos el extraño saltimbanqui de lo que está hecha la mente, por qué fatalidad toma partido, por cuál placer se vende y con qué emboscada nos espera sin remordimiento en la siguiente discusión. Es un suicidio espiritual arrimar hacia el borde del milagro la sabiduría de los contrarios, las claves del cuerpo que otros llaman fe para salvarse científicamente solo, para llamarse héroe sin bandera, como si la sabiduría acumulada en el cuerpo y sobre todo en el cuerpo colectivo desde la ancestralidad fuese un misterio únicamente ofrendado a ciertos elegidos más que una caja fuerte oculta por la ciencia, donde se esconden la soluciones a la enfermedad que derriba su poder y la evidencia de cuanto dinero han ganado con la muerte. Hasta la alegría es triste, en estos parajes de la ignominia, en esta sinopsis de la estafa, en estas cortinas lisiadas de la clarividencia. De qué mundo hablamos, de qué política del verbo siniestro estamos sujetados, cuando sólo nos condolemos antes la injusticia como si eso fuese el pago o su equivalente limosna. Ejercitamos la alegría y la tristeza de acuerdo al son que nos toque la hegemonía. Qué podemos hacer solos si solos creemos que estamos en esta hoguera universal, y en esta mezquina  opción de hombre nuevo personal. Cada quien hace su velorio pero son tantas formas de morir. Cada quien anima su fiesta pero son tantas las maneras de evadir. Unos lanzan las bombas otro paga el muerto. Creemos en la autodeterminación de los pueblos pero los países de la jauría le caen a su presa de oro en cayapa y nosotros iracundos viendo la trama por TV, donde nos venden además el espectáculo del miedo para que no te metas. Quien se puede meter aislado y frente a esa visual de toneladas de explosivos. Nos atemorizan por sus agencias de noticias. Fabricando imágenes y gritos, victorias y derrotas en laboratorios que cambian la opinión mundial y nosotros los alternativos de la verdad, los nueva era de la comunicación veraz, reenviándoles sus ejercicios del engaño como insolentes incautos. Tristes burocráticos y embaucados profesionales de la adulancia y del respeto al enemigo. Publicidad del llanto. Hipócritas del duelo. 

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Carlos Angulo


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