Léster ya nos tiene acostumbrados a espectáculos sensacionales,
estrambóticos, como aquél de graduar en la nunciatura del Vaticano al
valiente prófugo de la justicia, demandado por violar a una mujer
policía. La Universidad de los Andes no podrá borrar este manchón que le
dejó Léster. En aquélla ocasión perseguía el personaje, unas migajas de publicidad, “centimetraje”
en los periódicos, segundos de televisión para saciar el hambre de
poder. Con tretas de este tipo llegó a alcalde de Mérida aunque aspiraba
a ser gobernador.
En la ocasión actual diseñó una campaña electorera consistente en
embasurar a Mérida hasta más arriba de la cintura para luego, cuando el
clamor del pueblo fuera insoportable, aparecer como el chapulín
colorado, con unos camiones que tenía reservados a buen recaudo,
limpiando la ciudad con efectismo de sainete barato. El parapeto se
le vino al suelo y ahora padecemos la obra monumental de su gobiernito
con montañas de basura que llegan más arriba del pico Bolívar. Él
trabaja en grande. Ahora muestra a los turistas cuánta basura puede
acumular una ciudad en sus calles.
Mérida está sepultada con todo tipo de desechos nauseabundos y
peligrosos para la salud. Han aumentado los casos de infecciones
intestinales en los niños y las moscas celebran alborotadas la nueva
campaña electorera de Léster, quien pase lo que pase, no quiere pelar el
boche de llegar a ser gobernador del Estado mediante el voto popular.
Qué extraña manera de promocionarse.
Olvida Léster y las demás autoridades del Estado Mérida, que la
administración pública, antes que distinción para amamantar el ego, es
servicio abnegado. Que la distinción de ser gobernador, o alcalde, o
diputado, o cualquiera otro privilegio burocrático, son puestos de
servicio público reservados para gente preparada, modesta, eficiente y
profundamente honesta. El servidor público tiene que poseer en grado
sumo, la mayor coherencia entre lo que dice y lo que hace y lo que es.
No hay lugar para pantalleros, simuladores y similares que se endiosan
en los cargos públicos como si esta fuera la misión de sus vidas, la
justificación de sus tristes existencias de políticos de pacotilla.
Cada niño que sufra de infecciones a causa de la suciedad pública
que ha perpetrado Léster en Mérida, debería aparecer marcado en la cacha
de su revólver burocrático, como hacían los matones del lejano oeste
con cada muerto que vimos en el cine cuando niños. Todos y cada uno de
los administradores públicos de la ciudad, con Léster a la cabeza, son
responsables de la emergencia. No tienen excusa, no existe subterfugio
que los ampare del desprecio público. Es sencillamente imperdonable el
peligro de salubridad que se padece en Mérida. Es un abuso, es una
conducta criminal que carece de atenuantes. Y por ningún lado se ve la
acción emergente de la Gobernación.
mavet456@cantv.net