Se terminó la fiesta del futbol, ¿y la pesadilla madurista pa cuándo?

"Me enamoré del futbol igual que más tarde me enamoré de las mujeres: de repente, inexplicablemente, sin crítica, sin pensar en el dolor o los trastornos que traería consigo"

Nick Hornby

Cuando suene el pitazo final del partido entre Francia y Croacia, se estará dando inicio a un nuevo ciclo de más 1400 días; tiempo para la edificación de nuevos sueños, para la construcción de un camino que te lleve de vuelta a la máxima cita del deporte, un ciclo que concluirá una calurosa tarde de junio de 2022, en las ciudades mágicas robadas al desierto, en Qatar.

Rusia 2018 ha sido un mundial de futbol atípico en muchos aspectos; en primer lugar, hay que señalar que durante este torneo que congrego a 32 selecciones nacionales, de cinco continentes, el peso de la historia futbolística no ha tenido la incidencia esperada en lo que respecta a los resultados, para muestra, tenemos como finalista al sorprendente equipo croata, el cual, estoy seguro, ha dejado a los apostadores de todas partes del mundo en estado de shock.

En segundo lugar, ha sido un mundial de ausencias notables, entre las que podemos destacar el caso de Italia, tetracampeón que fue batido en el repechaje por la selección de Suecia, cortando su racha de 14 participaciones mundialistas consecutivas. También, la selección de Holanda se quedó con las ganas de disputar la fase final en territorio ruso, dejando por fuera de forma anticipada a uno de los eternos candidatos. Otro de los países de renombre que se quedó sin mundial fue, la primera potencia económica, militar y tecnológica del planeta, los Estados Unidos, un habitual participante de las ultimas contiendas, que perdió su boleto a expensas de una valiente, pero limitada escuadra panameña, rompiendo la lógica que indicaba que, el país de las barras y las estrellas debía tener un fácil camino hacia la clasificación por pertenecer a la Concacaf, en teoría una de las llaves menos complicadas para acceder al más importante de los eventos deportivos.

En tercer lugar, debemos señalar que, a diferencia de los mundiales anteriores, la fiesta del futbol no ha logrado captar la atención total de la fanaticada venezolana. En nuestro país, la gente está entregada a su diaria y estoica lucha por sobrevivir a la tragedia económica que sufre, gracias a la incompetencia del régimen de Nicolás Maduro y su cúpula deshumanizada y corrupta. Aunque, Venezuela, no ha sido precisamente un país con una excelsa tradición futbolera, al punto de que, jamás hemos podido clasificar a un mundial de mayores, y nuestros mejores resultados se han dado en las categorías juveniles, especialmente del lado de las chicas vinotinto, y su deslumbrante capitana Deyna Castellanos. Sin embargo, cada cuatro años nos colocábamos la casaca de alguna selección, y nos uníamos a la fiesta. Este año, eso tampoco ha sido posible, robarnos el mundial representa el último elemento en la larga lista de cosas que nos ha usurpado este gobierno; para muchos resulta imposible pensar en disfrutar de este maravilloso deporte cuando en casa no hay comida, cuando los salarios solo alcanzan para adquirir uno o dos productos de la cesta básica, cuando tenemos que despedir a amigos y familiares que se marchan del país, porque aquí no hay posibilidades de vivir dignamente, porque no hay medicinas para nuestros enfermos, porque para el próximo año escolar nuestros estudiantes no tendrán ni siquiera zapatos para asistir a clases. En ese escenario dantesco quien puede estar pensando en el futbol: las gambetas de Messi y Neymar, los goles de Cristiano, las atajadas de Memo Ochoa, y el magistral toque de James, quedan relegados a un segundo o tercer plano. En Venezuela, la única prioridad es no dejar que el madurismo nos mate de hambre, que también nos arrebate el último suspiro, como ya ha ocurrido con miles de venezolanos, víctimas de la desnutrición, el colapso sanitario, la represión, y la delincuencia desbordada.

Pero la nobleza del deporte más admirado del mundo merece que le dediquemos algunas líneas, porque el futbol y su mundial son más que una competición, es una pasión irrefrenable que une a millones en todos los rincones del planeta, un bálsamo para desactivarse de las presiones de la vida cotidiana.

En las canchas de la nación más extensa de la tierra no solo está en juego un trofeo, o los premios económicos que han podido obtener las selecciones que accedieron a las instancias finales del torneo. En cada movimiento, cada jugada, cada gol, lo que ha estado en juego es el honor y el amor de cada jugador por su camiseta. Durante un mes la comunidad global ha sido testigo de la entrega absoluta, una batalla palmo a palmo, pero en esta ocasión inspirada por los sentimientos más puros del universo. Ver a estrellas que ganan decenas de millones de dólares llorar por la eliminación de su país sin duda es algo que no tiene precio; sentir vergüenza por creer que no le has cumplido a los millones que te aupaban desde casa, también es un acto sublime que merece respeto.

Este mundial ha dejado grandes momentos para la historia futbolística, ha sido el mundial donde los pequeños se vistieron de gigantes para disputar de tú a tú con las selecciones consideradas favoritas, que se han acabado llevando más de una sorpresa; pero, para mí, hay una imagen que quedara marcada con tinte indeleble por su alto contenido emocional: se disputaba el partido entre Inglaterra y Panamá, donde el equipo inglés aplastaba a los canaleros por 6 goles contra 0; llegaba el minuto 78, se produce un centro que logra puntear el defensa panameño Felipe Baloy, y la esférica se desliza indetenible hasta el fondo de la portería inglesa. Fue la primera anotación de Panamá en un mundial de futbol, en su primer mundial. Lo resaltante es que, a pesar del resultado adverso, tanto los jugadores, como el público asistente en la tribuna celebro como si hubiesen conquistado la copa, la emoción llego hasta las lágrimas en muchos casos, mientras, las calles de Panamá se vestían de fiesta para celebrar ese primer grito de gol que para ellos representaba una verdadera hazaña, poco importaba que estuviesen eliminados, ocupar el último lugar del grupo se antojaba como algo trivial, lo único realmente relevante es que estaban allí, disfrutando su participación, sin pretensiones, simplemente viviendo su momento mágico. Gestos de este tipo nos enseñan la nobleza del deporte, lo cual podemos resumir en tres palabras: honor, entrega y amor.

Este domingo 15 de julio se pone fin a 4 años de espera, el mundo asistirá a la coronación de un nuevo campeón mundial. Francia se presenta como la gran favorita para alzarse con su segunda corona, pero no la tendrá fácil ante la extraordinaria selección de Croacia, que ha tenido que disputar 3 prorrogas y 2 definiciones desde el punto penal para llegar al juego definitivo. El equipo de Croacia representa en sí mismo una historia de sacrificio y adversidad que te eriza la piel, muchos de sus jugadores son sobrevivientes de la guerra de los Balcanes, la mayoría pasaron sus años de infancia y adolescencia en campos de refugiados, entre ellos, el candidato a mejor jugador del torneo, el genio Luka Modric. Con el solo hecho de estar en la final, la selección de Croacia se puede dar por satisfecha, nadie esperaba que llegaran hasta el juego decisivo, tal vez ni ellos mismos, pero estoy seguro que este domingo entregaran hasta la última gota de sudor para asestar la campanada más increíble en la historia del futbol. Francia tendrá que hacer gala de todas sus virtudes para quebrar los sueños de los chicos que una vez fueron los niños de la guerra.

En tanto, nuestro país se debate entre la inercia, y la volatilidad, la bomba de tiempo continúa activada, en las últimas semanas las enfermeras, médicos, profesores universitarios, trabajadores del sector eléctrico, y los afectados por el colapso de los servicios públicos a lo largo y ancho del país, han dado un paso al frente para decirle a Maduro y su régimen que el tiempo se agotó. Pero, para salir de esta pesadilla se necesita que nos unamos todos en una gran huelga nacional sin retorno, que desde mi punto de vista es la única alternativa viable para terminar de derrumbar a este gigante con pies de barro. La dispersión nos hace vulnerables ante un régimen sitiado que está dispuesta a todo por mantenerse en el poder.

El domingo en la mañana me desactivo de toda la maldad que este gobierno representa, me sentare frente al televisor y por 90 minutos, o un poco más, mi vida se centrara en los 22 jugadores sobre el césped del estadio Luzhniki de Moscú, no dejaré que Maduro me prive de disfrutar ese momento que se repite una vez cada 1460 días.

Después que concluya el partido me conectaré nuevamente a la disyuntiva que marca nuestra existencia en esta etapa oscura de la vida nacional, con la esperanza de que, todo ciclo termina, y siempre existirá una nueva oportunidad. Venezuela tendrá la suya, esta vez no debemos dejarla escapar.

Se terminó la fiesta del futbol, ¿y la pesadilla madurista pa cuándo? Esa es la gran pregunta que debemos respondernos 32 millones de venezolanos, solo depende de nosotros.

Que dios bendiga a nuestra gran nación. Fuerza Venezuela. La victoria del pueblo está cerca.

Leisserrebolledo76@gmail.com

 

 



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