Argentina a 200 años de la gesta independentista

Pese a las dificultades del capital para sanear y equilibrar el sistema, la subordinación neocolonial no estará desafiada en la celebración del Bicentenario.

Llegará un momento en la evolución humana donde la idea misma de independencia será un anacronismo. Hasta entonces, resta un largo y sinuoso camino.

En el bicentenario de la declaración de la Independencia, el 9 de julio de 1816 en Tucumán, Argentina no es soberana. Desde luego la interdependencia de cualquier país, desde Colón en adelante, en todos los terrenos, es una realidad a la cual sólo es posible oponerse mediante un pensamiento metafísico. La globalización descubierta por ciertos autores hace algunos años tiene más de cinco siglos de existencia. Rechazarla es una noción reaccionaria, sea cual sea el argumento esgrimido.

Pero en ese marco de interrelación inapelable y deseable, la capacidad de acción autónoma de un país no desarrollado es condición básica para la libertad de todos y cada uno de sus habitantes. Condición sine qua non para el mejoramiento de la vida colectiva.

Claro que hay razones objetivas para que aquella gesta gloriosa de los libertadores, en el mismo momento en que alcanzaba la victoria comenzara a ser derrotada. El imperio español fue reemplazado gradual y sistemáticamente por Gran Bretaña primero y Estados Unidos después.

Meses antes de que se librara la gloriosa y definitiva Batalla de Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824, el ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires Bernardino Rivadavia autorizaba la toma de un préstamo con la banca inglesa Baring Brothers. Dolorosa ironía de la historia: quien 10 años después de la Independencia sería el primer presidente argentino (a la sazón Provincias Unidas del Río de la Plata), iba delante del heroico mariscal Sucre. Y muy por delante del propio Rivadavia iba la banca imperialista. La desigualdad del desarrollo económico se manifestaba de esta manera diabólica, derrotando a los libertadores lejos de los campos de batalla y construyendo los hombres a su medida.

Aquel bochornoso endeudamiento, que jamás llegaría en su totalidad al país y fuera pagado cien veces a lo largo del siglo XIX, es un símbolo: Argentina consolidó a la vez un gobierno propio y la total dependencia del mundo económicamente desarrollado. Dos siglos después aquella realidad sigue vigente.

La emancipación, hoy

Por primera vez desde 1824 a comienzos del siglo XXI se replanteó la posibilidad de cambiar la condición de país subordinado. Argentina pudo ver y comprender al comandante Hugo Chávez encabezando una gesta política acaso más esforzada y difícil que la emprendida por Bolívar y San Martín. Porque él enfrentaba no sólo a un imperio incomparablemente más poderoso que el español de la época colonial; y porque eran también incomparables en su poderío el entramado material y cultural opuesto a la emancipación.

Por un momento pudo parecer que el país del Sur volvería a actuar bajo un mismo plan con Venezuela para abatir al imperio contemporáneo. Para algunos fue una esperanza, para otros una ilusión. Pocos levantaron su voz para alertar sobre la gran traición a la historia perpetrada al son de discursos mentirosos y gestos falsos. Argentina no volcó su potente capacidad a la gran tarea trazada por Chávez. Peor aún: obró como constante y eficaz mecanismo de freno para una historia que podría haber sido. Los ciudadanos de ese período excepcional no podremos enorgullecernos ante las futuras generaciones. Está por verse si acaso podremos torcer ese signo oprobioso en la batalla que comienza ahora mismo.

Sea cual fuere el caso cualquier perspectiva de emancipación pasa hoy por la unión latinoamericano-caribeña, con un programa antimperialista y anticapitalista. La estrategia hemisférica de la Revolución Bolivariana, junto con la Revolución Cubana, fue la creación del Alba. Luego llegaría Unasur y más tarde Celac. Basta seguir paso a paso los acontecimientos (revisar la colección de América XXI es una buena opción) para comprobar que los gobiernos de Argentina y Brasil se sumaron, bajo presión, de manera limitada, estrictamente oportunista y utilitaria. El contraataque estadounidense detectó esa inconsistencia y allí golpeó.

La condición semicolonial se impuso a la perspectiva independentista. Los gobiernos de ambos países boicotearon el Banco del Sur, desecharon la idea de una moneda única, marcaron clara distancia respecto del Alba. ¿Por qué? Por oponerse al programa antimperialista y anticapitalista del gobierno venezolano.
Una antigua sentencia afirma que la política exterior de un país es la prolongación de su política interior. En efecto, la estrechez, mezquindad y miopía de Brasilia y Buenos Aires frente a la estrategia de emancipación regional se manifestó de idéntica manera en su accionar fronteras adentro. Así terminaron.

Es obvio que la convergencia con la estrategia aún vigente encarnada en Venezuela y el Alba no podrán conducirla desde el llano quienes la rechazaron desde el poder. Un poder utilizado de manera tal que la burguesía puede hoy aparecer ante la sociedad y el mundo como denunciante de corrupción y tropelías que superan en su descomposición las prácticas de las clases dominantes tradicionales.

A incapacidad sumaron inconducta. Ni luces, ni moral. Lo inverso a la brújula de Bolívar. Sólo resta la negación de la negación. Una afirmación dialéctica de este período histórico inaugurado por la Revolución Bolivariana, inconcluso y en punto de riesgo por responsabilidad de quienes se comportaron como Santander y Rivadavia, dándole la espalda al legado de Bolívar y San Martín.

Coyuntura difícil

Mientras sazonan las nuevas capacidades, Argentina vive de manera penosa su indecisión para romper los lazos semicoloniales cuando tuvo oportunidad de hacerlo.
Un gobierno heterogéneo, conservador con rasgos populistas y programa pseudo desarrollista, presidido por un admirador de Uribe y Aznar, se regodea con la eclosión espontánea de inconcebibles hechos de corrupción durante el gobierno anterior, al cual la gran prensa comercial presenta como iguales a los gobiernos del Alba. Es tarea primordial separar y distinguir eso que ellos pretenden igualar.

Continuadas revelaciones de indecible corrupción abruman a la sociedad. El caso más estridente fue el de José López, secretario de Obras Públicas de los tres gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, pillado in fraganti cuando a las 3 de la madrugada del 14 de junio pretendía enterrar en un convento de monjas de clausura el equivalente a 9 millones de dólares en joyas, billetes estadounidenses, euros, yuanes y riyales (la moneda de Qatar, donde Argentina compró gas en los últimos años). Los detalles quedaron expuestos en la web de América XXI (http://bit.ly/293Lu4j). Nadie denuncia sin embargo la corrupción estructural de una semicolonia: durante sus dos períodos de gobierno Cristina Fernández pagó 200 mil millones de dólares de deuda y tomó créditos por el mismo monto. Y las proporciones del latrocinio son incomparables.

Eso es difícil de ver para las grandes mayorías. En cambio, el episodio del convento católico conmueve al país. Propio de una telenovela fantasiosa, este acontecimiento demuele la imagen del gobierno anterior, aniquila al Frente para la Victoria bajo el mando de Cristina Fernández y pone en cuestión la continuidad del Partido Justicialista. Pero alcanza igualmente a no pocos personajes ligados al actual oficialismo y se transforma en un golpe letal contra el andamiaje político de las clases dominantes –incluida la Iglesia– malamente restaurado después del estallido de 2001.

No obstante, en la coyuntura es redituable para Mauricio Macri, pese a la crisis económica que pone en cuestión sus pasos inmediatos. El Gobierno pretende ejecutar su plan desarrollista al mismo tiempo que busca equilibrar una macroeconomía desquiciada. No alcanza lo uno ni lo otro. Presionado por una realidad social y política a la que no puede enfrentar, de hecho en los últimos meses las medidas sociales llevaron a un acelerado aumento del déficit fiscal.

Un paso clave fue la restitución de derechos a más de dos millones y medio de jubilados con ingresos superiores al mínimo. Macri envió al Congreso una ley que la oposición no pudo sino apoyar, con lo que obtuvo una nueva victoria parlamentaria pese a su condición minoritaria. A la vez, la recesión produce constantes despidos en pequeñas y medianas empresas y afecta muy duramente el consumo. Anonadada y confundida por estos pasos en zigzag, una mayoría continúa dándole crédito a Macri, quien también cuenta con el respaldo de las dirigencias sindicales y el apoyo del conjunto de la burguesía. Así, el Gobierno ha reducido a un mínimo la reacción del Frente para la Victoria, el cual se desgrana día a día con deserciones a todos los niveles. A la par, Macri ha sorteado hasta ahora una reacción social amplia y sostenida. Las discusiones salariales denominadas Paritarias se desarrollaron sin conflictos significativos. El otrora activo y organizado movimiento obrero, está fuera del escenario. Las izquierdas no logran frenar el retroceso que las pulveriza. La subordinación neocolonial no estará desafiada cuando el 9 de julio se realicen los rituales de celebración del Bicentenario.

Aún así, el propósito oficial de presentar el 9 de julio como el comienzo de una nueva era signada por "la unidad de todos los argentinos" no pasa de insustancial propaganda. Argentina ha debido llegar a este punto de degradación y desagregación para saldar cuentas con un pasado de subordinación y su consecuente descomposición. Las clases dominantes, sus partidos y demás instituciones están exhaustas y no se recompondrán. Tanto menos cuando el mundo imperial se debate en una crisis demostrativa de la inviabilidad del sistema capitalista en las propias metrópolis. Con el tercer siglo de independencia subordinada se inicia en Argentina una recomposición profunda de clases y partidos que perfilará un nuevo país. La unión latinoamericana, ahora en fase frontalmente anticapitalista, rearmará las fuerzas, cargará de un contenido diferente a la noción de independencia y alumbrará un futuro que hoy aparece negado por la irrespirable decadencia de las clases dominantes.



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Luis Bilbao

Escritor. Director de la revista América XXI

 luisbilbao@fibertel.com.ar      @BilbaoL

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