A propósito de recordar una actitud tan repulsiva

Confieso que muchas veces me he sentado a redactar una crónica que trate sobre un tema obsequioso, sobre las tantas cosas positivas que muestra la Revolución, pero cuando en eso estoy, salta ante mi vista como un enorme grillo de pronto, o resuenan en mis oídos como triquitraques en Semana Santa, imágenes o audios del pasado que me hacen borrar, de áspera manera, la media cuartilla escrita en términos risueños, para tener que iniciar otra de inmediato con mirada de burro bien encabritado y a punto de lanzar una potente coz. Es el caso de esta.

Como quiera que por razones de seguridad leo Aporrea todo el tiempo, pues, en una de esas ojeadas le vi la cara a un personaje que me produciría ipso facto como una especie de largo y doloroso calambre en el diafragma. Me refiero a Juan Fernández, quien al parecer, y siendo todo un malhechor, dizque actúa como comerciante en la estratégica isla de Curazao, razón por la que con él me topé creyendo que ya lo había olvidado.

Bueno, ¿qué otra cosa podía venírseme a la mente de inmediato que no fuera el paro petrolero de 2002 que aún no ha sido suspendido ni por él ni por Ortega, que a mi modesto juicio es uno de los actos más indignos y abyectos que se hayan cometido en la historia de cualquier lugar?. Allí actuaron tantos y tantas traidores y traidoras a esta sufrida patria, pero ninguno tan inolvidable como él con su palidez de magnolia, o, quizás más propia ella en su caso de un “miembro” en total reposo… Ruego porque me entiendan.

Inolvidable él por sus no sé cuántas alocuciones llenas de cinismo, provocación y desfachatez, y con aires triunfalistas para peor al lado de Ortega y el cretinoide Dequeto Fernández, por el sólo envalentonamiento que les generaba el simple hecho de aparecer en una nómina ad hoc de la “infalible” CIA, que, por dictamen, como que los hacía sentir invulnerables y pareciera que con razón.

Pero me consuela el hecho de que la Cancillería supiera de las andanzas de Juan Fernández en Curazao.

Que lástima que no lo supiera también la justicia siempre tan ciega, tan sorda y tan muda, pero nunca tan buena como la barranquillera que lo cantara.

crigarti@cantv.net



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Raúl Betancourt López


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