¿Cuál modelo fracasó? ¿El socialismo o el rentismo-cristiano?

I La notable coincidencia

Es curioso que las cúpulas del Gobierno y de la Oposición, que aparentan no estar de acuerdo en nada, coincidan en que el "modelo" reinante en Venezuela (o el que se ha pretendido implantar) es el socialismo.

El primero en propagar lo del modelo socialista fue el mismo gobierno, que consideraba "socialista" organizar una venta de verduras baratas en una plaza. Y que a un negocio de arepas le colocaba el pomposo nombre de "Arepera Socialista" en lugar de llamarla "Arepera Subsidiada" (lo que en realidad era). También se catalogaban de "socialistas" un proyecto para aumentar la cantidad de propietarios de casas (la Misión Vivienda) y una fábrica estatal cuyos trabajadores no pueden rechistar sobre sus condiciones de trabajo y menos opinar sobre la dirección de la empresa.

Es difícil no pensar en países de Europa Occidental con cultura política y con una larga tradición en el tema del socialismo (digamos, por ejemplo, regiones de Bélgica), donde un gobierno que declare "socialistas" esas medidas solo conseguiría la burla general o la crítica por su ignorancia o el rechazo por intentar disfrazar la política que adelanta.

Pero los de la oposición le creyeron el cuento al gobierno. Claro, esa credulidad es auspiciada por antiguas obsesiones de los sectores más retrógrados del país. Sectores convencidos de que expropiar un terrenito para ampliar una avenida es socialismo. Que ponerle límites a los precios o a la usura, o controlar el capital financiero es evidencia inequívoca de comunismo y masonería, y quién sabe si de ateísmo. Un poco más y estas mentalidades añejas acusarán a los semáforos de ser intervencionistas en el libre tránsito.

Justo es aclarar: no toda la oposición se quedó en el anticomunismo macartista de los cincuenta ni está dominada por la histeria ni padece de analfabetismo político. Aunque los ruidosos guerreros de los teclados que arrojan maldiciones al anatema socialista en las redes sociales pretenden demostrar que son la mayoría de los opositores, también hay amplios sectores de oposición que razonan sin caer en la inestabilidad mental ni retrotraerse a los años 50 del siglo pasado.

II No es tan rojo el pájaro como lo pintan

Cuando llegó a la presidencia en el 2013 Maduro reiteraba, machaconamente, que lo atacaban duro con intención de amedrentarlo para desviarlo de la senda de Chávez, que era el "camino al socialismo", que Maduro heroicamente continuaría. Esta cantaleta era pura publicidad. Como sabemos, la actividad en la que el gobierno invierte más tiempo, esfuerzo y dinero es la propaganda (por eso es que le resta tan pocos recursos y ganas para gobernar). Maduro arrancó su presidencia buscando recoger la mayor cantidad posible del respaldo y el apoyo del que gozó Chávez; de allí su porfía inicial en aquello de ser "hijo de Chávez", en el Plan de la Patria y en el socialismo.

Pero luego, con la entrega del Arco Minero, las rebajas de impuestos a las transnacionales, las concesiones a las petroleras, las privatizaciones ocultas, la orgullosa puntualidad en los pagos de la deuda al capital financiero internacional, etc., se volvieron muy cuesta arriba, y además inútiles, las líneas socialistas del discurso. Así que Maduro, afortunadamente, ha dejado un poco de desacreditar al socialismo uniéndolo a su malograda gestión. Estamos en otra etapa, mucho más a la derecha: fíjense que hasta la Democracia Directa y Protagónica, otrora tan nombrada, ha sido sustituida por la novísima relación de "Protección" del madurismo. El gobierno es "protector" de los pobres, a quienes ya no se consideran sujetos activos y autónomos dueños de su propio destino, ya no se les llama a empoderarse sino a asumir el papel pasivo y disciplinado (o sea, obediente) de ser "protegido" (y la "Prote", como en las relaciones mafiosas, deben retribuirla con agradecimiento y lealtad).

Los jefes más inteligentes de la oposición no se tragan el cuento, pero repiten lo de socialismo por la misma razón que el gobierno: por propaganda: allí tienen una bandera fácil, se aprovechan de los viejos prejuicios y enganchan a un público ligero. Hay una manada de repetidores que habla del fracaso del socialismo no por histeria macartista sino por mera ignorancia (si alcanzan a leerse un libro al año es de autoayuda, por lo que construyen sus opiniones a partir de los periódicos, aunque algunos hablan como si no leyeran la prensa desde la época de Fukuyama en los 90).

Así, pues, también en lo de la ignorancia coinciden las dos cúpulas y sus respectivas fanaticadas. Cualquiera que conozca la historia de la izquierda sabrá que ha sido históricamente, y en general, muy primitiva, casi tanto como la derecha; dejando a un lado las personalidades de ambos lados (excepciones para confirmar la regla) que se atrevieron a pensar con cabeza propia: un Laureano Vallenilla Lanz, un Domingo Alberto Rangel, un Ludovico Silva, un Carlos Rangel.

III El ubicuo rentismo

En realidad el modelo que fracasó es, en primer lugar, la expresión de un fenómeno muy viejo (tiene más de 90 años) y que está muy enraizado en el país: el rentismo petrolero. Que además de ser un mecanismo de entrada de recursos no originados en el país (la renta es eso), y por lo tanto no vinculados al trabajo productivo en Venezuela, es una cultura. Una cultura muy diseminada.

Eso de repartir o gastar sin mirar cuánto hay o cuánto se produce es una típica actitud rentista. Cuando el precio del petróleo estaba alto, el rentismo desplegaba una alfombra de dólares baratos. La clase media hablaba de "mis" dólares como de un derecho natural, se ampliaba la cantidad de venezolanos que podían comprar en el exterior y viajar. Hasta se hacía negocio con los dólares asignados a los turistas, que no se gastaban y se guardaban para venderlos. Todo se basaba en la diferencia de precios entre el dólar subsidiado y el dólar "paralelo". Es decir, en la diferencia de precios entre una tasa de cambio artificial (sostenida por los grandes ingresos de dólares) y la tasa que el mercado desbocado y desordenado dictaba.

La cultura del rentismo hizo que se aceptara como "normal" un precio de la gasolina totalmente absurdo, que aún hoy es un fardo insostenible para PDVSA y que prohíja en forma inevitable el contrabando de extracción. El rentismo se desentiende del trabajo productivo; más que despreciarlo, lo ignora. ¿Han notado lo atento que está Maduro para decretar días feriados adicionales, dos días más para el Carnaval, dos días más para Semana Santa?

IV La caridad cristiana y el keynesianismo

El socorro a la pobreza por la vía de la dádiva (y no la lucha contra la miseria planteando la justicia social) es una actitud muy cristiana. Acentuada desde que San Francisco asumió que el pobre que se encontró en su camino era enviado por Dios. En la Edad Media la Iglesia mantuvo un gran sistema de caridad pública; aún no había aparecido el capitalismo para ponerle precio constante y sonante al tiempo de los hombres y desacralizar la pobreza tildándola de inadmisible vagancia. Con la llegada del capitalismo, los conventos y las órdenes eclesiásticas perdieron sus enormes posesiones de tierras y sus derechos a percibir tributos, por lo que dejaron de ser los administradores de la limosna pública. La caridad, igual que otras actividades humanas, pasó a ser un acto de origen privado e individual. Por supuesto, para practicar la caridad hay que tener recursos sobrantes, así que la nueva burguesía se atavió con los viejos ornamentos medievales y organizó la nueva caridad, la caridad burguesa.

Eso es historia pasada. Lo que no es algo pasado es el izquierdoso que no diferencia muy bien entre la caridad cristiana y el socialismo. O el chavista de derecha que ni siquiera sabe que es de derecha: verbigracia, me viene a la mente, un gobernador, general para más señas, cuyo discurso no salía de "yo regalé", "yo di", "yo doné", "yo obsequié".

Aquí se empezó con algo que era "justo y necesario" (como dice el Catecismo católico): "pagar la deuda social": durante décadas de explotación petrolera, los gobiernos habían ejecutado el más desigual de los repartos: nuestra no muy productiva burguesía recibió la mayor tajada de los ingresos petroleros en financiamientos, contratos, subvenciones, a ver si los empresarios criollos desarrollaban alguna capacidad industrial que nos librara de la abrumadora importación de productos extranjeros.

Ese desigual reparto es una verdad muy grande que olvidan los nostálgicos apologistas del pasado, pero en el momento más mitificado, el de la Venezuela saudita de CAP I, en los 70, la pobreza se desarrollaba tanto como el crecimiento desordenado y aluvional de la clase media actual; basta leer el informe Chossudovsky ("La Miseria en Venezuela") para saber cuándo se inventó la convivencia de ricos y mayameros con miserables (o sea: subalimentados, desnutridos y analfabetas).

Pero siendo justo y necesario pagar la enorme deuda social, igualmente lo era vincular ese pago a la productividad del país.

Hay, además, una escuela de la economía, el keynesianismo, que plantea el aumento del gasto público para fortalecer la demanda global, demanda que, según Keynes, siempre será menor que las capacidades de producción de los capitalistas. La idea es evitar que una oferta que no consiga compradores genere una depresión que paralice la producción. Para mantener "entonado" el motor de la economía el gobierno puede utilizar el déficit presupuestario (se refiere a uno o dos puntos; nada, pero nada que ver con el persistente y gigantesco déficit del gobierno de Maduro).

Esa política fue utilizada con éxito por el capitalismo en sus años dorados, entre 1948 y 1968. Luego dejó de dar resultados, entró en crisis y todos perdieron la fe en Keynes. Pero el keynesianismo fue lo que inspiró a los gobiernos de la IV en su primera etapa, cuando AD y Copei se unieron en la política de "sustitución de importaciones", es el marco de la política económica hasta mediados de los años 70.

Fíjense cómo es visto hoy el keynesianismo en un país de poca cultura política. Hay los que consideran que un déficit es pecado mortal y que la propiedad de empresas por parte del Estado es comunismo. Y por el otro lado están los que creen que las medidas keynesianas son una ruptura revolucionaria con el capitalismo (suponen que capitalismo y neoliberalismo son lo mismo: ¡ni siquiera entienden a Trump!).

IV El modelo misceláneo

En conclusión, el modelo que se seguía, y que evidentemente fracasó (y bien feo) era una combinación de rentismo y caridad cristiana con elementos keynesianos.

La parte cristiana del modelo cumple una función justificadora que es utilísima para una izquierda que se piensa con un batido de cristianismo y pedazos de marxismo. Este modelo rentista-cristiano (dependiente absoluto del Estado) al ser implementado interactúa en forma natural con la ineficacia y la corrupción de la burocracia.

El chavismo, si quería hacer una revolución, debió haber tenido como objetivo superar el rentismo petrolero que arrastramos (¿o es él el que nos arrastra a nosotros?) desde Gómez, tarea que la IV solo se planteaba con indolencia y en los días feriados. Pero el chavismo no asumió ese objetivo y, por el contrario, el rentismo petrolero se exacerbó año tras año hasta límites sorprendentes. Se considera que todas las empresas públicas deben ser por naturaleza subvencionadas, así que su sustentabilidad ni siquiera es tomada en consideración: la empresa pública vende o cobra su servicio a pérdida, mantiene un exceso de personal, no hace mantenimiento de sus equipos, no tiene interés en aumentar la producción. Como no se fijan métodos cuantitativos para medir su desempeño, los gerentes que designa el gobierno, ya de por sí ineficaces, no tienen otra tarea que la de alojarse en el cargo como en un hotel; y mientras tanto se dedican a la corrupción, ya que, como decía el poeta, nunca se sabe de qué lado del escritorio saldrá el sol mañana.

El modelo rentista-cristiano, pues, se prestaba cada vez más para favorecer la corrupción y la ineficacia, y también para encubrirlos.

V El aludido socialismo

Definir el socialismo es tarea para otro artículo. Pero no puedo dejar de decir un par de cosas. El socialismo, como alternativa al actual orden capitalista, no puede ser identificado con el estatismo. La experiencia del llamado "socialismo real" que dominó más de 60 años del siglo XX exige que se supere ese bárbaro error. Pero una de las tradiciones de la izquierda, una de las peores (la estalinista), considera al estatismo como la esencia del socialismo. Los que así creen son muy incoherentes, porque siendo Carlos Andrés Pérez en su primer gobierno un gran propulsor del estatismo, deberían reconocer a CAP como precursor innegable del socialismo en Venezuela.

Por el contrario, una visión del socialismo que intente superar los errores del siglo XX debe tener gran desconfianza frente al Estado. Incluso (o sobre todo) frente al Estado que se autoproclama o pretende ser revolucionario. Esa desconfianza, por cierto, se encuentra en el pensamiento de los fundadores del marxismo, e incluso en las posturas del mismo Lenin hasta octubre de 1917. No se puede construir un partido revolucionario, ni un sistema de comunas, ni organizaciones de poder popular real, a partir del control del Estado. El partido así construido es espejo de la burocracia estatal, controlado por ministros, alcaldes y gobernadores; es un partido colonizado por el Estado desde su nacimiento, y no tiene ninguna independencia y mucho menos oído para el sentimiento popular, por lo que prefiere ser leal a la burocracia antes que ser fiel a los trabajadores y al pueblo.

El socialismo es una propuesta social que expresa al Trabajo y no al Capital. Centrando el socialismo en el trabajo productivo, y no en el rentismo, se hubiesen generado proyectos sustentables, y rechazado la noción rentista de que el Estado debe sostener a todas las compañías públicas. Hoy, con la mayoría de las empresas públicas quebradas y el Estado sin recursos para rescatarlas, algunos se creen revolucionarios "radicales" porque les importa un comino la función social y productiva de las empresas públicas (función social que hace tiempo dejaron de cumplir), lo importante es que sigan siendo estatales, que, según ellos, "privatizar es traición". Habrase visto.

Estos "radicales" maduristas no se han enterado de las privatizaciones ocultas, tampoco sospechan las privatizaciones que están por venir prácticamente ya; así que estos críticos radicales que no dejan de apoyar al gobierno deben prepararse para volver a perdonar a Maduro por enésima vez.

Es asombroso qué tan lejos del recipiente hacen sus micciones los autoproclamados revolucionarios.

 

Posdata: Este artículo NO fue escrito ni pensado "siguiendo instrucciones del presidente Maduro". Por el contrario pretende separar la propuesta del socialismo de sus dañinas imposturas.

 



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Orlando Zabaleta

Editor, escritor, articulista, publicista y diseñador gráfico.

 orlandojpz@yahoo.com

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