El Cacique Tamanaco

Dos años después de la muerte del Gran Cacique Guaicaipuro, surge el Cacique Tamanaco, cacique de los indios Mariches y de los Quiriquires. Su misión fue propiciar la alianza entre las diferentes Tribus Caribes. Lideró durante gran parte del Siglo XVI la resistencia contra los conquistadores españoles.

El "descubrimiento" de América y el enfrentamiento de la cultura europea con la autóctona produjeron sorpresas de una y otra parte. Los perros y caballos, al igual que las armas de fuego, sembraron gran desconcierto entre los nativos, no tanto por su poder destructivo como por sus efectos psicológicos. Los indígenas creían que caballo y jinete era un solo ser. Oigamos lo que refieren dos exploradores a sus respectivos caciques:

Unos son como nosotros, pero su piel parece a la del cachicamo; pero dura y brillante como la plata. Tienen dos pies y dos manos. Pero hay otros espantosos; tienen dos cabezas y cuatro patas; y corren como venados… Guardan el trueno en unos tubos largos y cuando lo sueltan hace pupa lo que encuentran a cien pasos. Traen también unos animales más grandes que una danta, que hacen guau-guau y destrozan a nuestros guerreros.

Con el tiempo, los indios fueron perdiendo el miedo a los caballos, al percatarse de su naturaleza. A los arcabuces dejaron de temerles por lo inútiles, y especialmente en tiempos de lluvia. No sucedió lo mismo con los feroces mastines, hacia los que mantuvieron un temor supersticioso que supieron aprovechar los conquistadores. Cuando soltaban los perros, los más valientes guerreros se batían en fuga, acicateados por un terror incontenible. Aparte de que los mastines, con un peso cercano a los ochenta kilos y aquella innata habilidad para saltar al cuello, tenían lo suyo para ser temibles por derecho propio. Garci González de Silva, el gran Gonzalito, quien en 1570 salvó a Caracas de las huestes del gran cacique Tamanaco, tenía un mastín muy famoso llamado "Amigo".

Aunque con el correr del tiempo Garci González se convirtió en un implacable perseguidor de indios y en el más voraz terrateniente que conociera la provincia, en sus mocedades era de naturaleza benigna, opuesto a los métodos cruentos utilizados por Lozada y sus compañeros.

Losada: El mejor indio es el que está muerto… Matad a los hombres y preñad a sus mujeres. No hay que tener la menor contemplación con esos salvajes: con el enemigo plomo parejo y en el peor caso tizona.

Garci González: No creo en lo que decís, mis buenos amigos. La violencia engendra violencia, y el odio, odio. Ahí tenéis el caso de Paramaconi.

Garci González alude en su conversación al caso del gran cacique de los toromaimas, a quien, luego de vencer en una lucha cuerpo a cuerpo, le perdonó la vida. Sorprendido el cacique por su gesto, aceptó la dominación española, incorporándose a la vida "civilizada". Era tal su amistad con el gran Gonzalito que se alojaba en su casa cuando venía a Santiago.

Garci González: El que no da tregua es Tamanaco. No cesa de hostigarnos en la misma ciudad, y ha rechazado todas nuestras ofertas de paz.

Garci González, una mañana tomaba el desayuno en medio del patio de su casa, al pie de la muralla que rodea la ciudad. Sobre el tablado, marchando de un sitio a otro con su alabarda, hace guardia un centinela. Encadenado a un habillo dormita "Amigo", el gigantesco y feroz mastín del Conquistador. De pronto, un indio musculoso y de aspecto fiero salta de la muralla y se le planta al Conquistador. Mi nombre es Amaconeque. Vengo a hacer las paces contigo. (Ladrido de perro)

Garci González: Pues bienvenido, amigo mío. Hoy es un gran día. Siéntate y comparte mi comida. (Los ladridos de perro se hacen más fuerte.)

Amaconeque: (Temeroso) Guarda bien a tu perro; su presencia me sobrecoge. (Con misterio) Es un mal espíritu, más fuerte que tú y que yo.

Garci González: Quieto, "Amigo", o te daré de azotes. (Extrañado) No sé qué le pasará a este perro que está como loco. Mirad cómo le sangra el cuello por su empeño de arrancarse la cadena. (Alzando la voz) ¡Quieto, Amigo! (Se acrecientan los ladridos) Perdona, Amaconeque, déjame darle unos buenos latigazos para que se aquiete.

Centinela: Tened cuidado, don Gonzalito, que "Amigo" va a romper la cadena.

Garci González: (Alarmado) ¡La rompió! ¡Poneos a salvo, Amaconeque!

El indio, a grandes zancadas y de un salto, trepó en el momento en que Amigo casi lo alcanzaba. Para sorpresa de Garci González, el musculoso mariche le arrebató el arma al centinela y se la clavó en medio del pecho, al tiempo que gritaba:

Yo soy Tamanaco y no he de cesar hasta acabar contigo y todos tus compañeros. Y esgrimiendo la alabarda con pulso certero mató a un jinete que estaba al pie de la muralla y en su caballo galopó hacia sus tierras, o lo que actualmente son las urbanizaciones de la Floresta, los Palos Grandes y Altamira.

Garci González: (Con ternura) De buena me has librado, mi noble "Amigo"; de no haber sido por ti a estas horas no estaría contando el cuento.

Voz Castiza: ¿No os lo decía yo, que nada se puede hacer por las buenas, y menos con Tamanaco? De una vez por todas hagamos una expedición punitiva. Caigamos sobre su aldea principal que está a menos de dos leguas…

Garci González: ¿Y qué ganamos con eso? Somos relativamente pocos y los centinelas les avisan con suficiente tiempo cuando nos acercamos y ponen pies en polvorosa. Además, según tengo sabido, Tamanaco jamás duerme en el mismo pueblo, sino montaña adentro. Encontrarlo es como buscar una aguja en un pajar.

Mientras Garci González discurre con sus alarmados camaradas, observa que "Amigo" husmea rabioso el taburete donde momentos antes se había sentado el cacique. De pronto ladra y la emprende a dentelladas contra el asiento.

Garci González: Ya sé, amigos, lo que tenemos que hacer para apoderarnos de Tamanaco. "Amigo" nos conducirá hasta él.

Esa misma noche, sesenta españoles, conducidos por Pedro Alonso Galeas y Garci González de Silva, salieron sigilosamente de Caracas en dirección a la aldea de Tamanaco. Los indios, envalentonados por su número y por la cautela temerosa observada por los españoles en los últimos tiempos, no se esperaban aquel ataque. Luego de rodear el poblado y al grito de ¡Santiago y cierra España! Cayeron sobre los mariches haciendo gran matanza, además de numerosos prisioneros. Tamanaco no estaba entre ellos.

Garci González: No desesperéis, señor de Galeas; ya veréis cómo pronto lo encontraremos. ¡Eh, Santiago Girón! Trae acá la tabla donde puso sus posaderas Tamanaco. "Amigo", huélela bien, y llévanos hasta Tamanaco.

"Amigo" olió la tabla, y luego de una breve vacilación, se internó por la espesura ladrando.

Garci González: Diez de vosotros venid conmigo… Sigamos al perro. Al pie de un inmenso samán, "Amigo" señala hacia arriba dando grandes saltos. Garci González ordena encender una fogata. A la luz de la hoguera aparece el indio entre dos ramas.

Garci González: Rendíos, Tamanaco, y se os respetará la vida. ¡Que haya paz entre nosotros!

Tamanaco: Está bien, me rindo. Espero seas fiel a tú palabra. Pero llévate a ese demonio. Antes prefiero matarme con mis propias manos a caer en sus garras.

Garci González: ¡Sea! Eh, vosotros, llevaos a "Amigo" y encerrazlo bien. ¡Bajad, Tamanaco!

En aquel poblado mariche existía algo así como un circo rudimentario o palenque, donde cabían sentadas unas cien personas. Pedro Alonso Galeas; don Francisco Guerrero, el Cautivo; Garci González de Silva, además de otros españoles e importantes caciques mariches, invitados para el acto, ocupaban sus puestos.

Voz Castiza: ¡Que traigan al prisionero! En medio del vocerío y sorpresa de españoles e indígenas apareció Tamanaco entre dos soldados, con los brazos amarrados a la espalda. Pedro Alonso Galeas, el jefe de la expedición, dictó sentencia. Tamanaco, por vuestros crímenes, este tribunal os condena a muerte. Seréis ahorcado ahora mismo, para que vuestro ejemplo no se repita.

Tamanaco: (Enfurecido) Me has engañado, Garci González; me prometiste la vida y ahora me condenas a muerte. No tienes palabras. Eres un mal hombre.

Garci González: Perdóname, Tamanaco, cuando tal cosa prometí; pero tenía derecho a hacerte tal promesa. Por encima de mí están las leyes del reino y este tribunal te ha condenado.

Tamanaco: (Fuera de sí) Mientes como una mala mujer. ¿Por qué no me dejas luchar contigo de hombre a hombre, como hiciste con Paramaconi? ¿Es que acaso tienes miedo?

Garci González de Silva: Está bien, me habéis convencido. Escuchen todos. Aunque este tribunal encuentra razones de sobra para condenar a muerte a Tamanaco; como quiera que di mi palabra de respetarle la vida, y la palabra de un "español es sagrada", te propongo, Tamanaco, que luches por tu vida con uno de nuestros guerreros. De salir vencedor recuperarás tu libertad. Es el juicio de Dios.

Tamanaco: Acepto la propuesta. No hay guerrero bajo el sol capaz de vencer a Tamanaco. (Mofándose jactanciosamente) ¡Ni siquiera Garci González de Silva!

Voz Castiza: La pelea será sin armas; pelo a pelo, cuerpo a cuerpo, diente por diente.

Tamanaco: Más a mi favor. ¡Que venga desnudo el campeón que se atreve a luchar contra Tamanaco!

Voz Castiza: Soltadle las manos al indio.

Tamanaco: Es que lo he de desgarrar entre mis manos; le quebraré antes cada uno de sus huesos. Me llevaré con mi libertad su invicta fama. Epa, españoles, ¿Qué pasa con vuestro campeón? ¡Aquí estoy presto a enfrentarme con él!

Voz Castiza: ¡Que entre al coso ya de una vez el que habrá de enfrentarse a Tamanaco!

El gran cacique mariche arquea el cuerpo, contrae sus músculos, atento a la puerta por donde aparecerá su adversario. De pronto empalidece. Da media vuelta e intenta huir. (Ladridos de perro) "Amigo", con la boca espumante, entra feroz al palenque. De una dentellada retiene al indio (se entremezclan ladridos y gruñidos con gritos de terror y carcajadas). Tamanaco cae al suelo. Un primer mordisco le desgarra el cuello. Otro termina por degollarlo, y el perro no cesó de tirar y de morder hasta desprenderle la cabeza.

Pedro Alonso Galeas, con la cabeza de Tamanaco clavada en una pica entró triunfante a Caracas. Esa noche fue de júbilo y de fiestas para los conquistadores.

Garci González de Silva llegó a su casa se encontró muerto al mastín. Su cabeza, como la de su víctima, estaba clavada en una estaca.

Don Francisco Herrera Luque: Esta es la Historia del Gran Cacique Tamanaco.

¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!

¡Chávez Vive, la Lucha Sigue!

¡Independencia y Patria Socialista!

¡Viviremos y Venceremos!



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Manuel Taibo


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