El secreto del voto

Cuando un ciudadano se presenta a un mitin, marcha, concentración o evento público proselitista, en medio de une campaña electoral, para apoyar a la idea política que profesa, lo hace con orgullo, como un acto de identificación en consideración a que su presencia física, robustece la fuerza que el movimiento en cuestión tiene para el logro de las metas propuestas; con el propósito agregado además, de trabajar el posicionamiento en la opinión publica, de la idea de mayoría que acompaña a su parcialidad. Si en ese momento le preguntasen por su preferencia a la hora de votar, obviamente su respuesta, además de contundente y propagandista, sería pública y notoria, esgrimida a los cuatro vientos, acompañada de consignas que no dejarían duda alguna de su color partidista. Es decir, antes y, algunas veces después de las elecciones, reina una atmosfera de efusiva expresividad en cuanto a la manifestación del culto político al que se pertenece, o por lo menos, en un sector del electorado al que se le denomina “el voto duro” de los bandos encontrados. El resto, el voto blando o inconsistente, que son una buena tajada, mantiene en secreto su definición, antes, durante y después de sufragar, y lo hace en función de preservar su integridad. ¿Pero de dónde viene ese temor o miedo, incluso a perder la vida, si se ve revelada tal inclinación? Por supuesto, de las represalias o presiones ejercidas por quienes pierden o ganan el poder en disputa. Ahora, el miedo alcanza su nivel más álgido a la hora de ejercer el voto en sí. Aun cuando, a posteriori, persisten los riegos, la imposibilidad de conocer la identidad política del votante, es un salvoconducto hacia la seguridad que ofrece el anonimato político del voto secreto. Es por ello que las democracias “más avanzadas”, garantizan su carácter secreto. Pero paradójicamente, esa garantía, que por un lado aspira a proteger al ciudadano en su derecho a elegir con entera libertad, por otro, vulnera un derecho humano de primera línea: el de la libre expresión, donde va implícita la dignidad y el desarrollo social y político de la persona. Y es que todo lo velado, escondido, oculto; suele generar males peores de los que intenta remediar. Nos encontramos pues, en presencia de una trampa de buenas intenciones. El carácter secreto del voto, que pretende eliminar la violencia implícita en los procesos electorales y profundizar el fundamento democrático, a su vez, violenta y reprime al elector en su derecho de expresarse libremente y con ello retrotrae a la democracia a sus meras intenciones formales y lo que es peor, obliga a esconder su identificación política a quienes incluso morirían por exhibirla.

Los factores políticos que comparten ideales democráticos formales, no le temen a la manifestación publica de las preferencias que manifiesta la gente, mas bien las aupan, incluso las protegen institucionalmente creando leyes destinadas a velar por estas garantías, a lo que le temen en realidad, es a la concreción de esa preferencia: el sufragio como tal, y en consecuencia, lo reprime cuando obliga al ciudadano a ocultar su decisión, porque aun persiste la oscurantista idea de obligar a los demás a doblegarse ante la voluntad del que se cree dominador. El problema de fondo en el carácter secreto del voto, es que en realidad oculta el carácter transgresor propio del primitivo que lamentablemente, aun pervive en los seres del siglo veintiuno. Las sociedades de este milenio y en consecuencia sus democracias, en transito al socialismo, única vía para la redención del planeta y sus habitantes, deben procurar desmontar el arcaico voto secreto, y desarrollar sistemas electorales que no solo erradiquen la violencia animal del todo poderoso acto de elegir, sino también la violencia humana oculta exquisitamente detrás del lo arcano.

¡Chávez vive, La lucha sigue!

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Milton Gómez Burgos

Artista Plástico, Promotor Cultural.

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