La jerarquía eclesiástica: más desfasada y anacrónica que nunca

Recuerdo que fue Martín Zapata, quien en un foro realizado en la Escuela Venezolana de Planificación, hizo un planteamiento inicial orientado a evitar cualquier discusión en torno al debate político con los jerarcas de la Iglesia Católica: una cosa es la iglesia, otra cristianismo y otra la religión. La primera representa, en términos generales, la comunidad de creyentes, la institución pues; decadente y desfasada, pero institución al fin.

Esta caducidad –que también expresa un claro desprestigio- queda expresada no sólo en la incoherencia grosera que se presenta entre el contenido de la Doctrina Cristiana –sin duda humanista y revolucionaria- y el comportamiento histórico de la jerarquía católica mundial, por lo menos en los últimos 500 años. Porque, predicar el amor al prójimo y al tiempo apoyar genocidios y a “dictadores por la gracia de Dios” es, ciertamente, una gran inconsecuencia y una gran contradicción. El mayor de todos los desfases que expresan estos seres ciclópeos en sus declaraciones, es el que surge con violencia cuando, volviendo con la estrategia de utilizar la autoridad carismática -propia del que ostenta la capacidad de re-ligar el “de donde venimos” con el “hacia donde vamos”- del que se dice representante de Dios en la tierra –será del Dios del dinero-, pretende inocular el miedo sagrado a un supuesto “comunismo marxista”, en la época, en el contexto y en la sociedad menos indicada para ello. En otras palabras, el cardenal y demás jerarcas de la iglesia, en un anacronismo como pocas veces se puede ver –de ahí lo de trogloditas- juegan a decir a través de las “empresas de difusión” que los marcianos llegaron ya, pretendiendo con ello, tal como lo hizo Orson Welles, generar algún tipo de zozobra en algún sector de la población.

Pura violencia simbólica, pero inútil por anacrónica y por expresar ideas que están muy lejos del debate serio que se viene dando en torno a los rasgos fundamentales del modelo socialista venezolano, que está en plena construcción y que partió, por supuesto, de una realidad particular, capitalista; muy capitalista. El discurso del cardenal y compañía se parece mucho al de Uribe frente a las FARC, organización denominada por este como la de los “tenebrosos terroristas”, apelando de nuevo al “miedo al coco” construido históricamente de manera metódica en los tanques de pensamiento al servicio de los intereses hegemónicos y de sus sucursales en cada país del mundo.

Estos intentos de revivir el miedo al “coco comunista come niños”, sin embargo, no hay que subestimarlos. Recordemos un momento a los cucarachos del referéndum del 2007. Lo que si es cierto es que en un contexto como el actual, donde la gente viene despertando conciencia respecto a estos –nada fáciles- temas, en constantes procesos de formación y educación política, un discurso tan anacrónico se torna ridículo, sobre todo cuando los analistas menos histéricos terminan recurriendo a lo que es ya un aburrido cliché para descalificar la propuesta socialista: la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la URSS.

Si el cardenal utiliza la palabra comunismo como una grosería y la palabra marxismo como adjetivo agravante de aquella, lo menos que espera la gente que lo escucha es que defina los términos, pero no lo hace. De tal manera, es bueno recordarles a los trogloditas que los marcianos no vendrán ya, ni más tarde ni nunca, y que aquí lo que se construye no es ni calco ni copia de modelo alguno, sino una creación, una heroica invención y por tanto algo inédito; por tanto, algo incomprensible para quienes se quedaron en otras épocas, y quien sabe en que desconocida dimensión.

amauryalejandro@gmail.com


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